Playa de El Burrero, mares y gentes
La Playa de El Burrero, en Gran Canaria, posee una marcada personalidad y una historia escrita con letras de sal.
La localidad de El Burrero desarrolla su vida con un pie en la tierra y otro en el Atlántico. Este pueblo costero es una extensión más del mar que baña el vibrante litoral del municipio de Ingenio, en Gran Canaria. Dos mundos se mezclan y se hacen guiños constantes. Por eso hay casas cuya entrada la presiden las esculturas de dos delfines, otras con caracolas gigantes decorando las paredes interiores de las viviendas e incluso olas gigantescas dibujadas sobre los muros, junto a esbeltas palmeras.
De camino a la cercana Playa de El Burrero, la feliz confusión persiste en los nombres de las calles, desde la dedicada al Pescador Gregorito a otras cuyas denominaciones se inspiran en los elementos de la naturaleza y la marinería: Popa, Barlovento, Sotavento… El mar, la brisa y el mar han dejado su huella sobre este territorio atravesado por el sugerente Barranco de los Aromeros.
La Playa del Burrero tiene su propio guardián, El Roque, formación rocosa volcánica que a la vez da cobijo y remata con un toque casi escultórico el vértice norte del arenal. Este farallón de casi diez metros de altura también forma parte del día a día de las gentes de la zona, que han hecho de él una referencia y un punto de encuentro y de acceso a las transparentes aguas en la Bartola, la Aguaíza o incluso en la llamada Marfea, en su parte trasera, cuando el cese de los vientos y las fuertes corrientes a partir de septiembre permite disfrutar de aguas más abiertas.
Al pie de El Roque -o Utigrande- y al abrazo del dique surge en las pleamares el Charco de Cura, en la zona de mayor soco de la playa. Al frente se levanta un promontorio arenoso que llaman Montaña de El Burrero o Vista Alegre, con cuya pendiente juguetea la chiquillería. Los pequeños barcos pesqueros varados en la arena también llevan nombres propios, de hombres, de mujeres, de madres y padres, de hijos e hijas, embarcaciones que navegan llevando consigo siempre un relato, un recuerdo y un cariño.
Un pequeño faro preside la zona de servicios, desde la cual se aprecia la personalidad múltiple de una playa habilitada tanto para el baño como para el disfrute de actividades marítimas acotadas por zonas como el surf, el bodyboard o el windsurf. El multicampeón mundial Björn Dunkerbeck, de hecho, ha alabado las condiciones del enclave para la práctica del windsurf, así que este poeta del viento también ha inscrito a su manera su nombre sobre el mar de El Burrero.
El Burrero, además, ancla sus raíces con fuerza en el pasado, como lo demuestra la presencia de un asentamiento de los antiguos pobladores de Gran Canaria en la colina desde la que se accede a la Playa de San Agustín. Pero la profundidad y el misterio de esta playa se confirman por la presencia de una antigua nave corsaria del siglo XVIII oculta bajo la arena del fondo del mar a unos cuatro metros bajo la superficie oceánica y a apenas unos ochenta metros de la costa, como si se tratase de una ola del ayer que arriba a las orillas del presente. Descubierto en su momento por el buceador Tomás Cruz, los arqueólogos han sacado a flote cañones, vasijas y eslabones que ayudan a unir al Burrero con una historia que sigue creciendo jornada a jornada en este encuentro de mares y gentes, escrita con letras de sal.
Enlaces relacionados:
Descubre Ingenio
Los comentarios están desactivados para este artículo.