Tejeda lunar y milenaria
El pueblo de Tejeda, en la cumbre de Gran Canaria, se asoma a una asombrosa cuenca volcánica y sorprende por la pervivencia de raíces y aromas del pasado.
Don Zoilo Hernández se mueve bajo el amplio sombrero de paja que cubre su rostro, afilado y curtido, por el imperio dorado que el sol ha extendido por el pueblo de Tejeda, en la cumbre infinita de Gran Canaria y el lugar donde la isla se abraza con fuerza a sus tradiciones. “Aquí nadie se pierde”, proclama un hombre que trabajó el campo “cuando era nuevo” y que asegura que como aquí “no se está en ningún sitio”.
Tejeda es una especie de mezcla de mundos. El pueblo, por un lado, parece acariciar el cielo y sus luces se funden en la noche con el firmamento. Pero, por otro, permanece firmemente aferrado a sus raíces, a la tierra. Gracias a ello mantiene su carácter en unos tiempos donde tantas veces se diluyen las esencias. Precisamente, don Zoilo, antes de perderse por un angosto camino de piteras, frutales y retamas, deja en el aire un “vayan con Dios” y unas instrucciones precisas para llegar hasta el Centro de Plantas Medicinales.
Guzmán Marrero, encargado del espacio, prepara justo en ese momento una infusión de hierba luisa, cuyos vapores se suman a la aromática nube que envuelve al visitante desde que traspasa la puerta. Y desde aquí se viaja a otro tiempo, cuando en las casas se disponían ramitas de ruda para espantar a las brujas. Y se aprende también que “las plantas amargas la vida alargan” y que si vas al monte y no se coge romero “jamás se encontrará el amor verdadero”.
“Nuestro objetivo es recuperar las tradiciones y que se mantengan”, explica Guzmán ante la botica del siglo XIX con sus 144 tarros de farmacia o albaredos de la misma época y en algunos de los cuales se conservan las sustancias originarias, igual que hace Tejeda con sus tradiciones. Ya fuera, en un lateral del edificio, entran y salen las abejas del panel encastrado en la pared. Hay que seguir, porque la mañana también vuela y queda mucho por descubrir.
El pueblo se asoma a diario a un espectáculo que se representa desde hace catorce millones de años con el origen de la gran cuenca volcánica de Tejeda, “la tempestad de lava”, según la definición de un atónito Miguel de Unamuno, el gran escritor español de la Generación del 98. Esta extraordinaria función la protagonizan el Roque Nublo (la “lírica piedra lunar” del himno grancanario ‘Sombra del Nublo’, compuesto por Néstor Álamo) y el Roque Bentayga, secundados ambos por un coro donde las caprichosas formas geológicas han sido bautizadas como La Rana, El Fraile, El Gallo o El Cofre.
Porque las piedras y el paisaje de Tejeda laten y respiran. Esto es así porque son el imponente escenario donde siguen desarrollándose la ganadería, la agricultura y una amplia serie de actividades que permiten decir que nos encontramos ante un municipio con el sello de lo verdaderamente auténtico. Este distintivo está grabado en cada huella de los pastores y de sus ovejas, en la corteza de los almendros, en cada higo tuno secado al sol, en cada sembrado de papas y en las manos sabias de las personas que elaboran cada queso, cada mazapán o cada pan de leña. En sus miradas habita la verdad que explicaría por qué Tejeda es un sitio elevado, y no sólo por su altura. Además, en Tejeda se escucha con claridad la voz del ayer.
El municipio atesora una riqueza arqueológica ligada a los antiguos pobladores de Gran Canaria en la etapa prehispánica que se concentra principalmente en los yacimientos de la Sierra del Bentayga. De hecho, la aportación de Tejeda es crucial en el ámbito del Paisaje Cultural de Risco Caído y los Espacios Sagrados de Montaña de Gran Canaria, declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad en julio de 2019.
Quizás lo más importante para cualquiera que tenga la feliz idea de subir a Tejeda es el hecho de que esta suma de hitos arqueológicos, paisajísticos y etnográficos se traducen hoy en día en productos, aromas, experiencias y sabores que se disfrutan lo que no está escrito. O sí. Eso da igual. Basta un paseo por el casco para comprobarlo. El recorrido supone un muestrario de tentaciones, desde pequeños bares y restaurantes a dulcerías donde brillan especialmente las recetas con base de almendra del lugar a tiendas gourmet y casas rurales y hotelitos colgados de estas mágicas alturas, además de callejones que prometen una sorpresa a cada paso y espacios culturales como el Museo Abraham Cárdenes, amén de la orgullosa Iglesia de Nuestra Señora del Socorro.
Alejandro Díaz es uno de esos maravillosos seres humanos de Tejeda que se ha preocupado por extender hasta el presente los hilos del pasado. Lo hace, por ejemplo, cada vez que se encierra en la cocina del Bar La Dorotea para preparar un atún en adobo tal y como lo hacía su madre, o al menos como él recuerda que lo hacía. “Se aceptan críticas constructivas”, dice con una sonrisa. La respuesta más común que suele recibir es la de un plato vacío sobre la mesa. Es, por otro lado, lo habitual en la restauración de Tejeda, integrante de la asociación de Los Pueblos Más Bonitos de España y de donde resulta imposible irse con mal sabor de boca.
Bien lo sabe Beatrix Betsy, la informadora de la Oficina de Turismo de Tejeda. Esta profesional que desprende una pasión contagiosa por el municipio donde trabaja, nació en Rumanía, aunque su padre es alemán. Hoy por hoy, en cualquier caso, es una tejedense convencida. “Es mi hogar”, resume. “A mí me encanta decirle a la gente todo lo que puede ver, los entornos que tenemos, que vayan a disfrutar de la gastronomía y de la gente buena que hay en el pueblo”, comenta con el contundente escenario geológico de fondo.
“La verdad es que muchos, cuando llegan a Tejeda, te dicen que no se esperaban este paisaje”, explica. “Se sienten agradecidos y entusiasmados y muchísimos vuelven a la oficina para decirme que realmente valió la pena”, agrega. Beatrix señala que entre octubre y mayo se incrementa el número de personas que viene con el objetivo de cubrir alguna de las múltiples rutas de senderismo. La oferta es amplia y variada. “Yo les pregunto por sus capacidades, sus gustos o el tiempo que tienen y les oriento en función de estos datos”, afirma alguien que se desvive por “dar la bienvenida al visitante y que haga un recorrido por el pueblo o sus senderos con otros ojos”.
Nos decía al principio el señor Zoilo que en Tejeda nadie se pierde. Aquellos que se aventuren por sus pinares pueden rozar lo milagroso y tropezarse con el esquivo pinzón azul, un endemismo insular que se alimenta de los piñones del pino canario y de los insectos que encuentra a su paso. El ave, también conocida como pinzul o pájaro de cumbre por la población local, añade una pincelada de misterio a un lienzo donde lo sorprendente se ha convertido en una rutina. Quizás por eso se nos adhiere una sensación de irrealidad al dejar atrás el pueblo, como cuando alguien se despierta de un sueño. Aunque en este caso no se trataba de ningún sueño. Tejeda sigue en su sitio, anclada a piedras lunares y raíces milenarias.
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