Artenara, punto y seguido en la eternidad
Artenara, en la Cumbre de Gran Canaria, mantiene viva una tradición única ligada al corazón mismo de la roca volcánica y de una pureza cada vez más difícil de encontrar.
El pintor Miró Mainou buscaba la verdad en la luz. Quizás por eso mismo decidió anclar su nave durante más de una década en Artenara, donde la vida se dibuja a diario sobre un lienzo de calmas y transparencias, el escenario de costumbre en un pueblo que habita en la frontera entre el abismo de una colosal cuenca volcánica y las puertas del cielo. Aquí, por lo tanto, se iluminaron los pinceles de Mainou, Premio Canarias de Bellas Artes, que retrató con claros y sombras la esencia de un paisaje en obras como ‘Cumbre’. Hoy en día, un mural realizado por alumnos y alumnas de la Escuela de Arte Superior y de Diseño de Gran Canaria recrea la obra en la fachada de la casa en la que vivió el artista entre 1977 y 1989.
“Mainou preparaba unos tollos tremendos”, recuerda con cariño y nostalgia José Antonio Suárez, un vecino de Artenara, conocido artesano y mampostero y nacido por más señas en el pago de Chajunco. “Yo hago vino y planto mis verduras”, señala José Antonio, un dato que subraya la estrecha relación que mantiene el municipio con la tierra sobre la que se asienta, un vínculo que mantiene viva una tradición milenaria que se remonta a las poblaciones aborígenes que se asentaron en Acusa, Risco Caído, Tirma o el propio enclave de Artenara y que tuvo continuación en las labores agrícolas y ganaderas desarrolladas por los colonizadores castellanos y portugueses.
De hecho, Artenara es uno de esos lugares cada vez más difíciles de encontrar donde el pasado y el presente caminan de la mano. Y esto ocurre sobre todo en el interior de las cuevas excavadas en la toba volcánica, el hogar de los habitantes de esta parte de la Cumbre de Gran Canaria desde que se sabe que hubo hombres y mujeres y por lo tanto miedos, sueños e ilusiones brincando por este escenario de volcanes derrotados y barrancos que se precipitan al océano desde las alturas.
Artenara ha vivido siempre en contacto con las entrañas de este paisaje imponente. No es posible imaginar un modo de vida más fusionado con el entorno. Esta simbiosis se exhibe en el Museo Etnográfico Casas Cuevas, con varias estancias diferenciadas que muestran cómo era esta existencia al cobijo de la piedra.
“En realidad, en Artenara todos vivimos en una casa cueva”, precisa César Agut, asesor voluntario de este museo municipal. “Artenara es uno de esos pocos sitios que no se han desvirtuado y que mantiene unos hábitos y una cultura que no se han destruido”, agrega César. En la mesa que está justo a su lado permanece abierto uno de los libros de visitas. “Tenemos catorce como éste y no hay un comentario malo”, apunta para poner de relieve el alto grado de satisfacción de los visitantes que alcanzan una cumbre que acaba convirtiéndose en una de las cumbres de su vida.
“La gente valora mucho la tranquilidad, la educación de la gente, su amabilidad y el modo de vida”, apuntala Florencia Lescano, informadora de la Oficina de Información Turística, con sede en el propio Museo Etnográfico Casas Cuevas. “Si tuviera que elegir alguna palabra que resumiera todo lo que ofrece Artenara sería una: autenticidad”, subraya esta joven profesional que se desvive por ofrecer la mejor atención posible a cada persona que se acerca en busca de orientación.
En realidad, su forma de actuar es un reflejo más del carácter artenariense, tan elevado como su propia ubicación geográfica. Cuando un turista entra en este municipio ya no se siente como tal, sino como alguien cualquiera del pueblo”, explica Florencia. Apenas le ha dado tiempo a terminar la frase, porque acaba de llegar una pareja de franceses y se dirige hacia ellos con una sonrisa para explicarles que Artenara, más que un pueblo o que un municipio, es todo un universo.
Artenara suena a los chasquidos en los goros para pisar la uva, a los cencerros y silbidos del pastoreo, al zumbido de las abejas de regreso a los panales y al traqueteo de los telares. Tiene los colores encendidos de las piñas de millo, que parecen competir con los rojos y anaranjados de los atardeceres, de los tomates y los ocres de sus quesos. El tacto reside en las manos hábiles que alumbran la cerámica de Lugarejos, heredera de la sociedad prehispánica y que se elabora a mano, sin torno ni molde alguno. Artenara siempre se ha hecho a sí misma a su manera.
Un camino sube en dirección a la Ermita de la Virgen de La Cuevita, porque las creencias también se cobijan en las cavernas. En su interior cuelgan los helechos y se contempla a la Señora en una talla de apenas ochenta centímetros de altura que, según muchos indicios, habría sido traída de América por algún inmigrante regresado. En la cavidad original apenas cabían once personas, pero el esfuerzo de los piqueros amplió el aforo de esta particular capilla que persigue cielos y salvaciones desde las profundidades.
En las casas que circundan la ermita cobró especial fuerza la extracción del aceite de almendra por medio de la tralla, una prensa artesanal de madera de almendrero de tea de pino. Pero antes de prensar es preciso moler, pasar por la sartén y amasar la almendra, lo que justificaba las juntas de vecinos acompañadas de vino, música y fiesta para allanar un proceso que da lugar a un producto al que se atribuyen usos medicinales y que también se utiliza en masajes corporales para sentir la caricia del tiempo y la sabiduría popular.
Artenara también es sabor. Cualquier de sus bares y restaurantes brindan la posibilidad de descubrir aromas y sabores que salen de su cueva para alojarse para siempre en la memoria de los comensales. La emprendedora local Juanate Gil se siente orgullosa de poder mostrar los valores del municipio tanto en la Biotasca Arte-Gaia como en su Gastro-Cueva. “Artenara”, expone, “es el balcón de Gran Canaria y cualquiera de sus lugares es una oportunidad para ver una Gran Canaria diferente. Aquí te asomas a una forma diferente de vivir, porque en el mundo rural supone una dificultad tan grande que cualquier cosa es fruto de mucho esfuerzo”.
Levantar la vista y recorrer el borde del pueblo confirma las palabras de Juanate. Desde Artenara se divisan formaciones geológicas tan sorprendentes y emblemáticas como el Roque Nublo, la Sierra y el Roque del Bentayga o la Mesa de Acusa, entre otras joyas de la geografía cumbrera que dejarían a cualquier sin palabras. Salvo que uno sea, claro, uno de los mejores escritores españoles del siglo XX y se llame Miguel de Unamuno, quien definió el lugar como “un pueblo de cuevas colgadas de los derrumbaderos sobre el abismo” y que acuñó para la misma eternidad en la que duerme esta caldera volcánica la definición de “tempestad petrificada”. Un Unamuno de bronce sigue divisando esta “tremenda conmoción de las entrañas de la tierra”.
Si se concentra la mirada en la población regresan del pasado y se posan ante nosotros las palabras del insigne historiador, naturalista y escritor del siglo XVIII Viera y Clavijo: “En medio de una gran montaña se alcanza ver unos agujeros a manera de nidos de ave. Estos vienen a ser un gran número de cuevas en fila, unas cóncavas como bóvedas, otras de cielo raso, algunas con su alcoba para una cama, y algunas de alto y bajo, pero todas en peña, sin más luz que la de la puerta, frescas en verano, abrigadas en invierno, dentro de las cuales no se oyen vientos ni lluvias. Son por la mayor parte obra de los canarios antiguos”.
Los valores naturales, patrimoniales y arqueológicos que se concentran en Artenara son tantos y tan abundantes que el municipio es parte esencial tanto de la Reserva de la Biosfera de Gran Canaria como del Paisaje Cultural Risco Caído y los Espacios Sagrados de Montaña de Gran Canaria, declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por parte de la UNESCO. El centro de interpretación de este último se ubica precisamente en Artenara y adentra en los valores únicos de este entorno y repasa a través de distintos dispositivos tecnológicos las formas de vida de sus habitantes a lo largo del tiempo, sus creencias y la conformación del enclave de Risco Caído y su función como templo y calendario solar y lunar.
Artenara sigue inspirando e inspirándose a sí misma, como hizo con la creatividad de Mainou. Su red de miradores y de esculturas parecen seguir la estela que dejaron los volcanes y hasta el propio artesonado neomudéjar de la Iglesia de San Matías es la prueba de un espíritu abierto y libre, como un ave siempre en vuelo o a punto de echar a volar de nuevo. Al frente, un cernícalo ha clavado su figura sobre el cielo azul, como un punto y seguido en la eterna Artenara.
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