Bucear para llegar al fondo de Gran Canaria

Gran Canaria ofrece múltiples enclaves para descubrir la biodiversidad y belleza de sus fondos con el esnórquel y el submarinismo.

¿Se puede volar bajo el mar? Un habitante de los fondos de Gran Canaria demuestra que es posible. Lo hace con absoluta parsimonia, casi a cámara lenta, sin agitar apenas el agua a su alrededor mientras se desplaza con su apariencia de mariposa que aletea en el océano. La magnética gracilidad de este tipo de pez raya es tan solo una de las maravillas que aguardan a quien se adentre en las profundidades de la Isla.

Todo parece fundirse y confundirse en el tránsito de tierra firme al Atlántico. De hecho, también hay nubes bajo el mar de Gran Canaria. En su caso, están iluminadas por el centelleo de plata y oro de roncadores y herreras, peces que no tienen inconveniente en dejarse observar a corta distancia por los visitantes respetuosos que se adaptan a las leyes que rigen el mundo submarino.

Los 230 kilómetros que definen la silueta de Gran Canaria brindan múltiples enclaves para realizar inmersiones adaptadas a todos los niveles y en cualquier fecha, gracias a que la temperatura oscila entre los 18 grados del invierno y los 24 que predominan el resto del año. Esto permite asomarse fácilmente al universo azul en incursiones que pueden comenzar al pie de un muelle, una cala o el paseo marítimo de un pueblo de casas de tantos colores como los peces que bullen junto a la costa.

Submarinismo

Además, la práctica del esnórquel o buceo a ras de agua y del submarinismo se ve favorecida en Gran Canaria por la profesionalidad de los clubes y escuelas que hacen posible descubrir la potente personalidad de los fondos de la Isla, caracterizados por su biodiversidad, la abundante presencia de especies endémicas y las caprichosas formaciones geológicas que solo son posibles en los territorios esculpidos por la actividad volcánica.

Las puertas a otro mundo dentro de este mundo son múltiples en Gran Canaria. Algunos de los puntos de zambullida más interesantes, además de seguros dentro de las precauciones que siempre hay que adoptar en el mar, y aptos para el buceo en superficie, resultan sumamente accesibles desde tierra, caso de Taliarte, la Playa de Cabrón o Risco Verde en el sureste y de Caleta Baja y Sardina de Gáldar, Las Merinas de Agaete y Las Canteras en la cara norte, entre otros.

La aventura puede empezar a escasa distancia de un pequeño muelle donde los barcos de pesca entran y salen a diario, como en la bocana de aguas mansas entre el puerto de Taliarte y la Playa de Melenara. Una plataforma rocosa es la antesala de un veril con su propia pradera submarina. Este sebadal proporciona cobijo y sustento a un arcoíris móvil de salemas, viejas, romeros o pejeverdes.

Baja de Taliarte

Al escenario de esta obra, que se interpreta cada día, saltan también pulpos y centollos para participar en una representación que parece dirigir a escasa distancia el Neptuno de bronce que domina la bahía. Junto al esnórquel, se trata de una opción muy adecuada para el submarinismo de iniciación y también para el nocturno, pues la función continúa cuando cae la noche con la incorporación de crustáceos como los santiaguitos, los tomates de mar y, con suerte, hasta de calamares que abandonan las profundidades en busca de alimento.

La variedad de paisajes de Gran Canaria tiene su traducción submarina. La Playa de Cabrón es una de las páginas más bellas de este libro escrito con tinta azul. El veril es una ciudad sumergida repleta de cavidades donde habitan morenas, verrugatos con su traje de lunares blancos, brillantes catalufas o brotas, mientras que el fondo arenoso está salpicado de salmonetes. La penetrante mirada de meros y abades, junto a la frecuente irrupción de bicudas y medregales, completan la sensación de sentir el latido de los océanos.

Un destello azul atraviesa de pronto el cristal de agua de Risco Verde, en el extremo norte de la Playa de Arinaga. Es una fula, un pez pequeño, pero muy territorial. Sus ojos, enormes en relación con su tamaño, lanzan una mirada entre escrutadora y desafiante. Las viejas, un tipo de pez loro, se concentran en el mordisqueo de las rocas para arrancar algas y crustáceos, alimentación que hace de ellas un manjar. Cada bocado es una inmersión. Todavía quedan, por cierto, pescadores que las capturan con una caña rematada con cuerno de cabra pulido. Cuando la noche extiende su manto sobre las profundidades, llegará la hora de los angelotes en este lugar que se acuna con el runrún de las olas.

Playa de Cabrón

A partir de la Punta de Maspalomas se abre la franja marina de la Reserva de la Biosfera de Gran Canaria, 35.000 hectáreas de tesoros sumergidos que se expanden hasta el Puerto de las Nieves de Agaete. Parte de esta riqueza se puede contemplar con unas simples gafas y un tubo desde cualquiera de las playas del sur grancanario o a través de los servicios de alguna empresa especializada.

Los azules del cielo y del Atlántico se entrelazan en el sur de Gran Canaria, cuyo fondo oculta barcos hundidos que se han transformado en festivales marinos. Es el caso de los pecios del antiguo pesquero Cermona II y del, en otro tiempo, barco para excursiones turísticas Meteor II. Aquí, la vida se edifica sobre las ruinas del pasado. En la Baja de Pasito Blanco, la imagen de las delicadas palmeras de seda mecidas por las corrientes confirma la profunda poesía del mar.

Para descubrir estos lugares cargados de misterio y vitalidad es preciso llegar en barco hasta los emplazamientos y contar con empresas especializadas, igual que ocurre con el arrecife artificial de Arguineguín. En el fondo arenoso de esta pequeña Atlántida se elevan poblaciones de anguilas jardineras que elevan su cuerpo alargado como si se tratasen de periscopios, que nos vigilan desde las entrañas de este reino de luces y sombras.

En Las Merinas, en las faldas del monumento natural del Dedo de Dios de Agaete, pináculo de piedra que sucumbió a una tormenta en 2005, un conjunto de rocas crea una ciudad sumergida con un importante censo de corales, anémonas gigantes y gambas limpiadoras.

Arinaga

Ya en plena cornisa norte de Gran Canaria, Caleta Baja proporciona la posibilidad de nadar junto a bancos de jureles o mantas gigantes. Muy cerca de aquí, en Sardina, basta con descender por las escaleras del muelle para iniciar el viaje por las aguas de esta bahía protegida del ímpetu del océano y del viento, como bien saben caballitos de mar, angelotes, burritos listados, peces esponja, bogas y bicudas.

Las difusas fronteras entre el mar y la tierra desaparecen a veces por completo. Ha ocurrido en más de una ocasión en Las Palmas de Gran Canaria. La Catedral de Santa Ana y otros prominentes edificios de la ciudad fueron construidos con material extraído de la Barra de la Playa de las Canteras. Este arrecife se extiende más de dos kilómetros, a doscientos metros de la orilla, y hace posible que Las Canteras sea un muestrario de vida marina casi a simple vista, al pie de una gran ciudad que tiene aquí su reflejo submarino, como sucede también en Baja Fernando, en la Bahía del Confital, a la sombra de los volcanes.

Pero mucho, mucho antes de que lo hiciera la ciudad, la naturaleza ya había erigido su propia Catedral. Es el nombre que recibe la estructura submarina situada a escasos minutos en barco desde la costa. La inmersión se inicia en la boca de una cueva que da paso a una sucesión de bóvedas, pasillos y cavidades repletas de erizos, camarones, bogas, pejeverdes y cabrillas. Este templo atlántico es también el mirador perfecto para el paso de especies pelágicas, como los medregales y bicudas, que arrastran consigo el eco de los siete mares para que resuene entre las paredes de esta Catedral sin campanario.