Deja que Gran Canaria te envuelva en 360 grados
Gran Canaria te invita a un recorrido en 360 grados por algunos de los sorprendentes rincones que aguardan al visitante.
¿Qué es ese sonido que penetra hoy en tu casa? Se asemeja a un martilleo preciso y veloz. Procede del interior de los pinares que escoltan a la Presa de Las Niñas, en el interior de Gran Canaria, y se trata en realidad del picoteo sobre los troncos del picapinos. No puedes verlo, pero sí presentirlo e imaginarlo en el recorrido en 360 grados por la isla que te convertirá en un ave en pleno vuelo tras un anhelo que cada día que pasa está más cerca de hacerse realidad.
Cerca, los ojos profundos y las aguas quietas del embalse ceden el protagonismo a la piedra. La Fortaleza de Ansite se levanta con orgullo en el barranco escoltado de acantilados y quebradas, protectores de un paraje que habitó 1.400 años atrás la antigua población aborigen. Según las crónicas, aquí resistieron a los invasores hasta las últimas consecuencias y el espíritu de esta civilización perdida parece haber quedado grabado en cada roca.
Una corriente de aliento cálido te sitúa ahora por encima de un caserío blanco de calles intrincadas, un acertijo de callejuelas que se asienta en el corazón de uno de los mayores barrancos de Gran Canaria, el de Fataga. Los gigantes pétreos que custodian el valle protegen un oasis de palmeras, naranjeros, frutales, siemprevivas, rudas y otros endemismos botánicos que expresan el carácter único de la naturaleza insular.
Este vuelo que atraviesa cualquier barrera te sitúa de pronto sobre otra de las grandes cicatrices geográficas de Gran Canaria, el barranco de Guayadeque, un espacio que hace honor a su declaración como Monumento Natural. La majestuosidad del entorno habla a través de endemismos como la lengua de pájaros y sus flores, que invocan a la vez el ocaso y el amanecer. También habitan aquí las retamas amarillas y los acebuches, vecinos milenarios de un lugar donde abundan los vestigios de poblados trogloditas, así como pinturas y grabados rupestres. Lo que no se ve también está ahí, a tus pies.
A lo lejos se divisa un brillo que puede resultar casi cegador. Una sensación de intriga se apodera de ti, así que te diriges hacia el origen del fulgor. Al fin descubres su origen y desvelas un misterio que tiene su origen en la coincidencia del agua y la lava. Grandes afloramientos rocosos se muestran como espejos verdes, rojizos o amarillos, caprichos geológicos bautizados como Los Azulejos, destellos del alma volcánica de Gran Canaria.
La vista se sumerge otra vez en las aguas, en la Presa de la Sorrueda y su séquito de palmerales antes de detenerse en el pago de Temisas, otro asentamiento humano anclado a la piedra que brilla doblemente gracias al oro líquido, pues oculta viejos molinos de aceite, algunos con las raíces hundidas en el siglo XVI.
Es momento de desplegar las alas al límite de su apertura y clavar la mirada en el océano. El Roque Guayedra preside un barranco que se precipita impetuoso hacia el mar, con el que se encuentra y da lugar a un baile de espumas blancas y arenas negras.
Comienza la ruta de los azules. La unión del Atlántico y la costa de Gran Canaria te anima a proseguir el viaje, dejando que sea la línea de costa la que marque la ruta esta vez. Te acompañan en el camino gaviotas y múltiples avecillas marinas con las que alcanzas el Puerto de las Nieves, el muelle donde atracan miles de recuerdos de días ensalitrados, bajo el sol, al pie de acantilados rematados por pinares enfrentados al vacío, de baños en aguas cristalinas y de días nacidos para no ser olvidados jamás.
Este vuelo del deseo y la memoria se dirige hacia la bahía de Las Palmas de Gran Canaria, la capital insular, un gran poema atlántico que rima con todas las olas y todas las mareas y que se acentúa en la Playa de Las Canteras, en el arenal de las Alcaravaneras o en el Muelle Deportivo, donde permanecen amarradas las embarcaciones a la espera de poder soltar amarras de nuevo y llenar sus velas con el aire de los tiempos que vendrán.
El Sur te llama con su voz clara y luminosa. Desde lo alto, las Dunas de Maspalomas dibujan interrogaciones que buscan respuestas. También ellas están a la espera, añorando las huellas sobre la arena que borró el viento. El Faro de Maspalomas, que guiñó su ojo a los navegantes por vez primera en 1890, sigue lanzando su mensaje de luz frente a la oscuridad. En el sur de los sures, en la costa de Mogán, en el cálido reino de la calma, el tiempo no se congela ni se detiene, simplemente se arrulla en las orillas y lleva la cuenta de los días que restan para que este vuelo imaginario se pose en las tierras y mares de Gran Canaria.
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