El cielo comienza en Gran Canaria
Da igual el nombre. Terrazas, azoteas, rooftops o rocktops de Gran Canaria detienen el tiempo y asoman a paisajes urbanos y naturales.
El reloj de la torre norte de la Catedral de Santa Ana llegó a Las Palmas de Gran Canaria desde Londres a bordo de la corbeta ‘Scipion’. Fue en 1775 y en estos dos siglos y medio ha marcado el paso de las horas en los centenarios barrios de Vegueta y Triana, incluso cuando el tiempo parece haberse detenido, como ocurre cuando entramos en cualquiera de las terrazas situadas en la parte superior de edificios señeros y nos encontramos de frente con la visión de la fachada del templo, bañada de noche por la luz de la luna, y la mirada se pierde en el entramado de callejuelas que desembocan como riachuelos de piedra en la Plaza de Santa Ana.
A veces da igual qué hora es. Y en ocasiones también importa poco el nombre que le otorgamos a las cosas. Estos espacios se sitúan literal y virtualmente por encima de la rutina, que se contempla desde lo alto como un elemento lejano e incapaz de alcanzar estas alturas. Es irrelevante en realidad que se denominen terrazas, azoteas, rooftops, o rocktops. Cambian las palabras, pero no esa sensación de feliz aislamiento. Además, la variedad de ambientes, cócteles, sabores, ‘brunchs’, a veces incluso de piscinas, de DJs, bandas de jazz y otros sonidos musicales, así como la suavidad del clima a lo largo del año y las vistas urbanas, al mar o a las montañas que brindan estos establecimientos en Gran Canaria multiplican los motivos para subir a lo alto de estas atalayas a medio camino entre el cielo y la tierra.
A vista de pájaro, el océano es un inmenso cuadro de tonos azules que brillan para ser observados desde las alturas. El ocaso, por su parte, es un espectáculo de ocres y rojos tras el que se baja el telón para que sean las estrellas las que se conviertan en el único techo sobre nuestras cabezas. En el caso de Las Palmas de Gran Canaria, estos oasis urbanos se asoman a la historia desde el presente. Lo que se aprecia es un entorno que se ha adaptado, con viejos edificios que viven una segunda vida como restaurantes de moda, museos, bibliotecas públicas, heladerías o comercios.
Igualmente, se contemplan los cruceros que arriban a la ciudad y se despiden al alba o al final del día con los pertinentes cuatro toques de bocina que anuncian su marcha y que suenan como un “hasta pronto”. También la línea portuaria y, cerca, la sinuosa silueta de los volcanes dormidos de La Isleta junto a la playa de Las Canteras, dotada por supuesto de sus propios miradores para asistir a un ritual eterno, en su caso la aparición y desaparición en el vaivén de mareas de la barra natural tras la que se guarece al arenal.
Mientras miramos, conversamos o guardamos silencio, y probablemente sin que nos demos cuenta, el mismo sol que enciende el mar, o la iluminación nocturna que transforma la ciudad en un misterioso puzle de claros y sombras, juguetean con nuestra copa. Es precisamente lo mismo que hace la luz con las vidrieras de la Iglesia de San Juan de Arucas, templo que da la impresión de poder tocarse con la mano desde la terraza mientras se degusta un queso de Gran Canaria y un vino local. Un poco más lejos se incorporan al paisaje las fincas de plataneras mientras la visión vuela un poco más hacia el norte, en dirección a Gáldar, donde el repiqueteo de las campanas del templo de Santiago de Los Caballeros se mezcla con el sonido de las copas al brindar. A continuación, en la costa de Agaete, existe la posibilidad de presenciar desde una terraza uno de esos atardeceres sin fin aparente, hasta que el último incendio del cielo deja paso a las cenizas de la noche.
En el Sur, el terraceo tiene lugar ante el Faro y las Dunas de Maspalomas o frente a las playas de El Inglés o San Agustín, además de en distintas ubicaciones de Mogán. En realidad, el ‘tardeo’ en estos pedacitos de cielo carece de límites en Gran Canaria. Esta ausencia de fronteras, por cierto, se extiende a las cartas bebidas y comidas, donde la variedad y la imaginación no conocen barreras, en especial en el apartado de la coctelería. Es como si los menús se hubieran contagiado de la biodiversidad insular.
Asimismo, la oferta trepa hasta la cumbre de Gran Canaria. En la Cruz de Tejeda, y sobre el humo del café o por encima del borde de la copa de vino, se divisan las sobrecogedoras formaciones geológicas, gloriosas ruinas de titánicos procesos volcánicos, además de los pinares. Al anochecer, se comprende perfectamente por qué proliferan en este Paisaje Cultural de Risco Caído y las Montañas Sagradas de Gran Canaria, área declarada Patrimonio Mundial por la Unesco, marcadores solares y lunares que les sirvieron para medir el paso del tiempo gracias a la contemplación de los astros. Aunque ahora, desde la terraza, seguro que hemos olvidado mirar el reloj. Es hora de no pensar en la hora. De eso ya se encarga el reloj de la torre norte de la Catedral de Santa Ana.