El dulce lazo que une a Cuba y Gran Canaria
Múltiples son los acontecimientos, hitos y relaciones que unen Gran Canaria con la isla caribeña de Cuba. Sin embargo, uno de los más dulces nos viene a modo de receta y ha logrado perdurar en el tiempo y traspasar fronteras: el bizcocho de Moya.
En este municipio del Norte de Gran Canaria, no solo son famosos los suspiros. Los bizcochos son un dulce popular, cuya receta llegó desde Cuba de la mano de Chá Manuela, quien se afincó en la Villa y transmitió la receta a dos vecinas: Seña Jacinta y Candelarita Rivero. Con ellas aprendió Amelia Ojeda, quien fundó su fábrica artesanal con un horno de más de 100 años y que los hacía con la ayuda de su hermano Juan Ojeda.
Según cuentan, el origen del lustre de los bizcochos de Moya fue motivado porque a Seña Jacinta le hicieron un encargo y se le quemaron los bizcochos y para no tirarlos, como solución se le ocurrió la idea de usar las claras a punto de nieve, propias para los suspiros, y aplicárselas a la parte quemada del bizcocho.
La receta tradicional de Amelia explica que primero se rompen los huevos, separando la yema de las claras. Las claras se dejan reservadas y se baten las yemas añadiendo, poco a poco, la harina y el limón. Una vez que la mezcla está en su punto, se pasa a los carpetos y se introducen en el horno a 200 ºC. Cuando la masa esté cocida, se sacan y se corta la masa en trozos de uno en uno.
Pero hagamos un alto antes de acabar la receta. No podemos dejar de mencionar a José Felipe (hijo de Seña Jacinta) y su mujer, Lolita Mujica, que empezaron también a trabajar este dulce en la Fonda, ayudados por sus hijos.
Y cómo las sabias manos de Seña Jacinta enseñaron también a sus hijas y a su nieta. Además, con toda la generosidad, tuvo tiempo de enseñar a Felisa Rivero Trujillo, que más tarde montó la fábrica, Bizcochos de Moya (en El Lance) y estuvo haciendo bizcochos durante más de 30 años, paseando el nombre de Moya por la Península y Europa.
¡Pues bien, continuemos!. Ya horneados por primera vez y cortados en unidades, tendremos que ocuparnos de añadir azúcar a las claras reservadas y batirlas a punto de nieve. Una vez así, con la ayuda de una brocha, lustraremos los bizcochos para volver a meterlos en el horno. Terminada la segunda cocción, se colocarán en fuentes para degustarlos o en cajas para regalo o su posterior venta.
Resulta curioso conocer que, a pesar de la sencillez de su receta, la preparación de este dulce siempre fue muy valorada: aunque se hacían por encargo, era común ir a las casas a recoger los ingredientes y que se cobrara por elaborarlos.
Varias fueron las familias del pueblo que encontraron en este postre un medio de vida y un tesoro gastronómico que transmitir de generación en generación: con Candelarita, también, trabajaron sus hijas y Siona Montesdeoca de la Fe tuvo la fábrica Los Tiles (en El Lance). Aunque lo más bonito es que un conjunto de ingredientes, orquestados con cariño y sentido, hayan logrado unir a un pueblo en torno a un dulce y darle una seña de identidad eterna.
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