El espíritu del otoño llega a Gran Canaria
El otoño de Gran Canaria multiplica los matices de la Isla.
La luz del otoño ya envuelve a Gran Canaria bajo su claro velo. La estación ha llegado a la Isla con su habitual sosiego. Ahora el cielo le regala a la vista un azul especialmente intenso, como si alguien hubiera aprovechado el verano para pintarlo de nuevo mientras nadie miraba.
La pureza y la estabilidad del aire de estos días permiten que la mirada vaya más lejos de lo habitual, descubriendo detalles insospechados en la silueta sinuosa y bella de Gran Canaria. Aunque no es la vista el único sentido que capta el sutil tacto de los dedos otoñales… Algo en la tibia atmósfera insular nos susurra al oído que ya es otoño.
Las estaciones transitan a su manera por Gran Canaria. En general, no se perciben grandes cambios en el clima suave y primaveral que caracteriza a la Isla durante el año. Así que las diferencias hay que buscarlas en los matices. En el caso del otoño, la naturaleza intensifica la luminosidad y viveza de su paleta de colores.
Por eso los atardeceres y los amaneceres resultan tan hermosos. Cada día nace y se despide con un festival de luces amarillas, rojas, naranjas y violetas. El poeta modernista canario Tomás Morales se mostraba certero cuando hablaba de la “tarde de oro en otoño” en uno de los versos de ‘Las Rosas de Hércules’.
La vida bulle en el otoño grancanario. En las medianías, en el corazón de los mágicos bosques de laurisilva, reverdecen los tallos y las hojas del bicácaro, que se prepara y coge fuerzas durante estos meses para el posterior florecimiento de unas flores en forma de campanilla que anunciarán la llegada del invierno.
Justo ahora, bandadas de aves migratorios cruzan Europa para huir del frío y refugiarse en las costas, humedales y pantanos de Gran Canaria. Ellas, como los turistas, buscan la calidez de la Isla. Sus sonidos y chapoteos son los instrumentos con los que se interpreta la banda sonora otoñal, junto a los balidos de las ovejas y las voces y silbidos de los pastores mientras se encaminan a las zonas de pasto.
El otoño, como cualquier otra época del año en Gran Canaria, lo ofrece todo. La costa sigue mostrando su mejor cara e invita al baño. En el interior, en cambio, se intensifica el contraste con respecto al litoral, multiplicando los reclamos para aquellos y aquellas que desean comprobar que la Isla posee mil rostros donde se confunden la mirada azul del mar con la verde de su vertiente rural.
En la profundidad del otoño, Gran Canaria huele a castañas, a potajes de berros cocinados en restaurantes al borde del camino y que aguardan para agasajar al viajero y a quesos curados en cualquier tasca. Además, todos los senderos conducen directamente al lugar donde habita el espíritu del otoño, un espíritu que aquí despliega una actitud siempre amigable.
El otoño pone sobre la mesa una ronda de sidra local y anima a brindar por el presente y el futuro. La manzana es uno de los símbolos locales y la variedad imperante, la francesa o reineta del Canadá, fue introducida a mediados del siglo XIX para darle uso a los terrenos baldíos.
Así que el otoño nada como un pez y vuela como un pájaro brilla. Y ya que estamos en el cielo, espere a que se haga de noche y aproveche los extraordinarios cielos de esta época para descubrir la bóveda celeste. Los antiguos habitantes de Gran Canaria sentían fascinación por la observación celeste y celebraban diversos ritos ligados a la posición del sol, la luna y las estrellas y también a los equinoccios y solsticios, incluido por supuesto el del otoño. Siglos después, el deslumbramiento continúa
Esta conexión centenaria entre los pobladores de la Isla y los ciclos astronómicos ha quedado grabada sobre la piel de Gran Canaria. Un ejemplo claro de este hecho se encuentra al pie del Roque de Bentayga, el espectacular edificio basáltico que se eleva hasta los 1.404 metros dentro de la caldera volcánica de Tejeda. Allí, excavado en la roca, se encuentra un grabado circular de menos de un metro de diámetro que marca el punto desde el que contemplar la luz del equinoccio de otoño, la cual da lugar a un maravilloso juego de luces y sombras sobre este emblemático enclave.
El mensaje, en definitiva, está escrito sobre un cielo perfecto con letras de oro: es otoño, el mes en el que todo cambia sin que apenas nos demos cuenta de ello.