El invierno prende la vida en Gran Canaria
En Gran Canaria, los meses invernales irradian luz y alumbran los caminos para exprimir cada segundo del día sobre la arena de la playa o entre montañas donde hay flores que siguen abriéndose para demostrar que la isla es un cálido y permanente punto y aparte.
Gran Canaria supone un paréntesis en el crudo cuento europeo del invierno. La diferencia se manifiesta en ocasiones de manera sutil, casi imperceptible, por ejemplo, en la fragilidad del oro de risco, una rara planta que se cobija entre acebuches, granadillos, sabinas y jazmines silvestres y que florece en pleno invierno para corroborar que la vida sigue su particular curso en la isla. Igual sucede con los tajinastes azules y los almendros.
El sol lleva la batuta en la sinfonía invernal de Gran Canaria. Marca el ritmo. Literalmente. Como sucede desde tiempos inmemoriales, cuando los primeros rayos del solsticio de invierno anunciaban el cambio de estación proyectando su luz sobre marcas en las rocas volcánicas o incidiendo sobre santuarios. En el caso del pico de la Montaña de Ajodar, el astro se sitúa justamente sobre la cúspide del viejo volcán, como una gran bola de fuego clavada en un punto perfectamente equidistante entre sus laderas.
Ese sol mitificado, un ser antiguo que nace y muere a diario, es el mismo que calienta las dunas de Maspalomas y el resto de los arenales costeros de Gran Canaria. Esta calidez mantiene prácticamente sin interrupciones el ritual de sumergirse bajo las aguas, o de caminar por la orilla mientras la espuma del mar caracolea entre los pies desnudos, liberados de las ataduras del frío de otras latitudes.
Es también el sol que reina en la cumbre de Gran Canaria y que se derrama desde ahí hasta la costa. Los pinares tamizan su luz, que respeta casi por completo el recogimiento del bosque de laurisilva. En el sur, saca brillo a los matices de las paredes de los barrancos que se precipitan hacia el litoral, esculpidos durante millones de años.
Todos estos paisajes pueden ser transitados durante el invierno, donde se acentúan además los contrastes de los microclimas existentes en una isla que se eleva desde el mar hasta cerca de los dos mil metros de altura, con vertientes expuestas a diferentes condiciones de viento y donde la altitud es un factor diferencial. Por eso en el mismo día es posible vivir un suave invierno, el otoño, la primavera y el verano.
Porque el invierno en Gran Canaria es un mosaico hecho con trocitos brillantes de playa, retales verdes y ocres del campo y múltiples instantes compartidos en la visita a una bodega, un mercadillo o uno de los muchos restaurantes tradicionales o de vanguardia existentes en la isla. El invierno es el carnaval. Aunque, más allá de los disfraces, Gran Canaria también se viste para ir al teatro, a los museos o a los espectáculos musicales.
Al igual que el oro de risco, la cultura y las propuestas de ocio al aire libre mantienen su floración en este invierno atlántico que camina con sigilo, como si deseara que su presencia pasara del modo más inadvertido posible.
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