El reloj de la Playa de las Salinetas
Las mareas y las olas son las únicas que marcan las horas y los minutos en la playa de las Salinetas, en Gran Canaria.
El tamboril merodea por los fondos arenosos próximos a la playa de las Salinetas (Telde, Gran Canaria), su particular despensa. Si se siente amenazado, este pez arenoso se infla como un globo para aparentar ser más de lo que en realidad es, al menos físicamente. En la orilla, en cambio, los veraneantes no tienen nada que temer y su única preocupación es decidir qué restaurante elegir para comer o si prefieren darse otro chapuzón en las aguas de cristal, dormitar o leer un par de páginas más del libro. Así de complicado es un día en Salinetas.
La calma desemboca a diario en Salinetas. Aquí los relojes se lanzan al fondo del océano nada más llegar y son las mareas y las olas las que marcan las horas, los minutos y los segundos. Toda la zona urbana se asoma y se abraza a la playa, así que terminar con los pies descalzos sobre la cálida arena es prácticamente una cuestión de inercia. A partir de ese momento, es suficiente con dejarse llevar y permitir que la brisa y las corrientes marinas arrastren bien lejos cualquier signo de agobio y rutina.
Salinetas es una sonrisa clara que comienza a perfilarse al norte con una zona levemente acantilada y heredera de los volcanes, plataforma donde hacen su vida los cangrejos moros, cuyos caparazones bermejos brillan bajo el sol como rescoldos de una lava ya olvidada. En el extremo sur, las mareas bajas revelan una piscina natural que surge como un espejo mágico y que refleja al mismo tiempo el cielo azul y la vida que bulle, nada y repta en su interior.
Entre ambos hitos de piedra y biodiversidad intermareal pies se extiende un arenal sobre el que pasear, tender la toalla y recordar que también es importante tener momentos para olvidarse de todo. No obstante, la playa tiene una memoria. Hacia el oeste se extiende la Finca de Las Salinetas, cuyas naranjas se hicieron famosas y fueron de hecho las primeras en contar con un sello propio, en tinta azul. De hecho, y antes de la construcción de la iglesia de las Clavellinas, los marineros y veraneantes acudían a misa dominical al oratorio de la ermita de esta explotación agrícola, según recuerda el cronista oficial de Telde, Antonio María González Padrón.
Hoy por hoy, la historia de Salinetas la escriben con sus pisadas sobre la arena los usuarios y usuarias de la playa. También lo hacen, en una trama submarina de este relato diario, los erizos marinos, las salemas, los sargos, las palometas, los pejeperros, los pejesapos y los pejepeine, simplemente una muestra de la abundante y variopinta vida que se oculta bajo la superficie del mar, la cual a veces se sale del lienzo con los saltos de los peces voladores, que transmiten de paso la idea de que nada es imposible. Al menos durante unos segundos y sobre todo si estás en Salinetas.
Salinetas es una playa amable, al socaire de los vientos dominantes, de aguas limpias de pureza certificada, dotada de un puesto de vigilancia, salvamento y socorrismo, con accesos fáciles y seguros, área de baño adaptado, señalizada y que se beneficia además de planes de gestión y sensibilización ambiental. Dejarse varar en ella temporalmente resulta siempre una buena opción para cualquier coleccionista de momentos inolvidables.
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