El templo del tiempo en Gran Canaria
El taller del relojero Pedro Macías en el barrio de Vegueta de Las Palmas de Gran Canaria supone un regalo para los sentidos.
De niño había en su casa un precioso reloj de pared de fabricación americana y más de cien años de antigüedad, que es mucho tiempo incluso para un reloj. Cuando se quedaba solo le gustaba manejarlo, escudriñarlo y auscultarlo para escuchar cerquita su latido, aquel tic-tac de corazón metálico. Tanto se enredó entre sus manecillas que finalmente Pedro Macías Falcón se hizo relojero, aprendiendo los trucos del oficio en el taller de un pariente, José Henríquez. Aunque aquello se parecía más bien a un reino mágico de cuerdas, áncoras, suspensiones y minuteros en la tranquilidad de Tenoya.
Pedro le sigue dando cuerda a las horas en su pequeño taller situado en el barrio histórico de Vegueta, justo allí donde el tiempo parece haberse detenido. La entrada, en el número seis de la calle Herrería, está presidida por una magnífica colección de relojes que invitan a entrar al establecimiento. Dentro es fácil encontrarse a Pedro en plena faena, con su monóculo ajustado al ojo izquierdo mientras trabaja con precisión de cirujano.
En este local habitan relojes de pared, de pie o de mano que superan ampliamente el siglo de vida. Se entienden bien con Pedro. Saben que es la persona que mejor les cuida. De hecho, sus manos están acostumbradas a dar nuevos bríos a relojes centenarios cuyos propietarios le demandan desde casas situadas en Vegueta, en Triana o en cualquier lugar de Gran Canaria. Hasta el reloj de la basílica de Teror marca las horas como Dios manda gracias a su supervisión.
Su taller es un museo por el que parece que no ha pasado el tiempo, aunque paradójicamente aquí su tránsito resulta especialmente perceptible debido a la incesante y envolvente sinfonía de los relojes señalando los segundos, los minutos y las horas. En un momento dado, Pedro regresa del cuarto interior con un tesoro dorado entre las manos. Se trata de la maquinaria de un reloj de casi siglo y medio. “Esto es un reloj y lo demás son cuentos”, asegura justo antes de que comience a sonar la filarmónica del mediodía.
Cada elemento tiene una función precisa que llevar a cabo. La remachadora. O la máquina sobre la que se atrasan y se adelantan los maravillosos dispositivos que nos dicen qué hora. E incluso un artefacto con nombre propio, ‘Elma’, denominación comercial de la máquina limpiadora de origen alemán, tal y como confirma su robustez y su perfil perfectamente remachado.
Pedro trabajó durante casi dos décadas como jefe de servicio técnico de una prestigiosa marca nipona de relojes. Recuerda que superó las pruebas en Madrid, sorprendiendo a los examinadores japoneses por la rapidez y eficacia de su proceder. En su oficio, Pedro a veces tiene que enfrentarse a entramados integrados por más de un millar de piezas para componer un puzle. Su carrera ha desembocado en este pequeño templo del tiempo en Vegueta, donde lo mismo se puede encontrar un reloj de pie de dos metros y más de un siglo que comprar una pila. Pase, mire, hable con don Pedro. Puede pasar cualquier cosa menos que pierda el tiempo.