El timple pone el mundo en tus manos
El instrumento es parte de la identidad de Canarias y un ejemplo de universalidad encarnada en músicos como German López, timplista de Gran Canaria.
La grandeza se encuentra a veces en las cosas más pequeñas. El músico Germán López lo descubrió bien pronto, con apenas cinco años. Quería tocar la guitarra, pero sus dedos apenas alcanzaban las cuerdas, así que un profesor sugirió que empezara por el timple. El descubrimiento de las posibilidades infinitas de aquel instrumento de apariencia humilde convirtió lo que iba a ser una solución transitoria en una pasión para toda la vida.
Gran Canaria canta, baila y se arrulla al son de las cinco cuerdas del timple, el cual pertenece a la familia de instrumentos de cuerda que evolucionaron a partir de las guitarras, vihuelas y laúdes que tanto protagonismo tuvieron en el Renacimiento y Barroco europeos.
Esta familia de instrumentos musicales resultó ser muy viajera y tuvo además la capacidad de adaptarse al carácter de los lugares en los que se asentó en sus idas y vueltas entre Europa y América.
En Canarias, lugar inevitable entre ambas orillas del Atlántico, su fuerte sonoridad se vio reflejada en el oleaje y en la profundidad de los barrancos. Fue como llegar a casa, aunque fuera una nueva casa. Se amoldó a la dulzura del clima y de sus gentes bajo el nombre de timple, aunque antiguamente había quien le llamaba con cariño ‘camellito’ porque la forma de su tapa trasera recordaba a una joroba.
El timple está emparentado con el ukelele hawaiano, el cavaquiño portugués, el cuatro venezolano o el charango peruano y junto a ellos compone un universo de cinco cuerdas. En este mundo suena siempre de fondo una melodía cuya letra alude a la capacidad de la música para traspasar fronteras y unir a las personas en torno a la belleza.
El viaje del timple prosigue. Comenzó en carruajes y barcos de vela. Y lo hace ahora a bordo del talento de intérpretes que lo elevan a una nueva dimensión a partir de su originario papel como instrumento de acompañamiento en el ámbito de la música folclórica. Ya no solo se rasguean sus cuerdas. Ahora también se puntean y se hacen arpegios con ellas.
Es el caso de Germán López. Sí, es él. El mismo niño que se quedó felizmente atrapado entre sus cinco cuerdas, sobre todo gracias a su mentor, José Antonio Ramos, natural de Artenara y uno de los grandes impulsores del timple como instrumento solista y capaz de dialogar con todas las músicas.
“En el extranjero llama la atención su variedad tímbrica. A pesar de ser muy agudo, no resulta estridente. Todo lo contrario, es dulce y melódico”, resume Germán López poco antes de afrontar una gira por Estados Unidos con el timple por bandera. “Es muy versátil y esto se demuestra en composiciones que no han sido pensadas para timple, una prueba de su universalidad”, añade.
En el interior de cada timple habita una parte del alma de Gran Canaria, cobijada en el cálido armazón de madera de pino, palo santo, naranjo o moral, pero dispuesta a mostrarse al mundo cuando manos duchas rasgan las cuerdas y se mueven entre las cejillas, tradicionalmente fabricadas con huesos de vaca o camello.
El timple vive en las romerías, en las fiestas de los pueblos, en las parrandas improvisadas en cualquier hora y lugar, en la intimidad de la familia, en el ensimismamiento de quien toca para su propio consuelo o alegría, o para un ser querido. Y lo hace también en los grandes escenarios del mundo, junto a orquestas sinfónicas, grupos de jazz o a una Big Band. Su vitalidad es absoluta gracias a personas que comprobaron que el universo puede caber entre las palmas de tus manos.
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