Faneque, el gigante frente al océano
El Roque Faneque, en la costa noroeste de Gran Canaria, es uno de los acantilados más altos del mundo y el guardián de una gran biodiversidad.
El gigante se asoma al Atlántico desde una altura superior a los 1.000 metros. Su mirada cae en picado sobre el mar junto al vuelo de pardelas, gaviotas y petreles. Solo él sabe qué es lo que mira absorto desde hace millones de años. Puede que simplemente busque su propio reflejo sobre las aguas que empapan sus pies de piedra. Este orgulloso y rocoso titán es el acantilado más alto de Europa y uno de los mayores del mundo. Pero junto a su inevitable altivez, el Roque Faneque transmite también la calma nostálgica propia de los hijos del paso del tiempo.
El fuego alumbró y meció la cuna del Roque Faneque. En realidad, esta gigantesca formación es fruto de la paciente labor escultórica de la erosión sobre la primigenia meseta surgida tras masivas erupciones volcánicas durante varios millones de años. De hecho, el Roque Faneque, al igual que toda la costa noroeste de Gran Canaria, es un libro abierto que muestra página a página la evolución geológica de la isla, con la superposición en capas de las distintas coladas de lava. Son las cicatrices del viejo cordón umbilical de un territorio insular que no existiría sin los volcanes.
Faneque es además el guardián de uno de los enclaves de mayor biodiversidad de Gran Canaria. El pinar canario del Parque Natural de Tamadaba se encarama a su espalda, mientras que varias especies endémicas retan al abismo en las grietas del precipicio. Estas rarezas botánicas salpican de color el acantilado en su ineludible camino hacia el mar. Así es como el pincel de la naturaleza decora con las flores malvas, amarillas y blancas el costado más abrupto del Roque Faneque gracias a la presencia de la corregüela, el lechugón de Sventenius o el rarísimo colderrisco de Tamadaba, una planta tan particular que su único lugar en el mundo son estas paredes verticales.
El coloso se deja ver desde distintas perspectivas. En la vista que se aprecia desde Sardina del Norte, en la costa de Gáldar, su silueta marca el inicio de la hilera montañosa o ‘cola del dragón’ que se extiende hasta La Aldea de San Nicolás. Su rotundidad se aprecia claramente desde el Puerto de las Nieves de Agaete. Aquí es posible sumergirse en las aguas que le sirven de espejo y buscar en las alturas su mirada, en ocasiones nublada por jirones de nubes que se aferran como una venda blanca sobre sus ojos.
Otra opción consiste en dirigirse por la carretera GC-216 hasta el corazón del pinar de Tamadaba para contemplarlo desde el mirador con plataformas de madera y que supone también un perfecto punto de descanso para senderistas y ciclistas. Esta atalaya también echa a volar la vista sobre los barrancos del Norte que hacen de antesala de La Aldea de San Nicolás, así como sobre buena parte de la costa de Agaete.
La antigua población de Gran Canaria observaba al sol, la luna y las estrellas para controlar el tiempo, las estaciones y organizar así su sociedad, incluidas la agricultura y toda clase de rituales. Aquellas personas otorgaban especial importancia a los lugares donde la tierra y el cielo parecían tocarse.
No debería extrañar por lo tanto que el Roque Faneque esté dentro de los límites del Paisaje Cultural de Risco Caído y las Montañas Sagradas de Gran Canaria, área declarada Patrimonio Mundial y que comparte territorio con la Reserva de la Biosfera de Gran Canaria. El Roque Faneque sigue cumpliendo a la perfección con su papel de vigía sobre este legendario escenario. Y sigue palabra por palabra el guion escrito con tinta indeleble en un tiempo que casi nadie recuerda.
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