Gran Canaria, el Carnaval ya está en casa
El espíritu del Carnaval posee miles de rostros en Gran Canaria y se remonta a una tradición centenaria.
Ana vive en Las Palmas de Gran Canaria. Cada año improvisa un par de disfraces distintos. Pero hay uno que se repite edición tras edición de los carnavales. Ana sale a la calle en plenas fiestas con su pijama, unas zapatillas de andar por casa, un adorable osito de peluche de gastado color azul y una taza de la que cuelgan el hilo y la etiqueta de una infusión de manzanilla. Y esto, señores y señoras, forma parte indisoluble del llamado espíritu del carnaval, especialmente inquieto y revoltoso en la isla de Gran Canaria.
En los carnavales de Gran Canaria la gente hace algo más que disfrazarse. Personas de todas las edades, desde niños que apenas son capaces de sostenerse en pie a hombres y mujeres agraciados con la visión panorámica del tiempo, se meten en la piel de su personaje, sea el que sea, y lo viven, lo interpretan y se lo llevan de fiesta para participar en la mayor de las fiestas de este espacio atlántico.
Hoy en día la gente es capaz de disfrazarse de cualquier cosa que podamos imaginar. Es más, incluso de cosas que jamás podríamos ni imaginar. Pero es que los carnavaleros y carnavaleras de Gran Canaria se toman muy en serio la fiesta, cuyos orígenes en la isla se remontan a aquellas reuniones y parrandas espontáneas donde el personal hacía uso de pañuelos anudados a la cabeza, de sábanas, de sacos de papas, de ropas usadas o de chaquetas vueltas del revés. Es la ‘arqueología’ de un Carnaval actual donde todo se ha vuelto más sofisticado, aunque la esencia permanece.
El carácter ancestral del carnaval de Gran Canaria hunde sus raíces históricas en el siglo XVI, en los bailes de máscaras importados desde Italia. Así se percibe en diversos puntos de su geografía, en calles empedradas donde resuena cada año el rumor de murgas y batucadas.
El Carnaval de Gran Canaria está hecho de imaginación, lentejuelas, telas de colores, máscaras y marejadas de pasión por la vida. Es decir, el Carnaval supone una proyección más del carácter cosmopolita, alegre y participativo de la isla. Esta forma de ser cristaliza de un modo muy claro en su capital, Las Palmas de Gran Canaria, que dedica el evento a la magia y a las criaturas fantásticas, aunque las criaturas más fantásticas de todas son los vecinos y vecinas que encarnan los carnavales.
El espíritu del Carnaval es inquieto y se mueve por todos los rincones de la isla, desde las cumbres hasta las guarecidas costas sureñas. Por eso es posible verlo al pie de riscos, en valles y barrancos, en cualquier lugar del litoral, envuelto en brisa y salitre, o en el Sur, disfrazándose en Mogán o protagonizando el Carnaval Internacional de Maspalomas, donde se deja caer por las dunas, se baña en el Atlántico y disfruta de días y noches que nadie quiere que terminen.
El Carnaval de Gran Canaria es múltiple, diverso, multicolor y multicultural y cada año ofrece novedades y sorpresas. Pero dentro de tanto trajín y de tanta voluptuosidad hay algo que jamás cambia: el disfraz de Ana para disfrutar de la calle como si no hubiera salido de casa.
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