Gran Canaria, la cumbre de Unamuno
El escultor Manolo González, autor de la estatua del Balcón de Unamuno de Artenara, en Gran Canaria, habla sobre la obra.
“En verdad, el protagonista es el paisaje”, asegura el escultor Manolo González, autor de la estatua del Balcón de Unamuno de Artenara, donde Gran Canaria se da la mano con el cielo. El escritor llegó a la Isla en el verano de 1910 tras aceptar una invitación para presidir un concurso de poesía y tuvo la oportunidad de conocer la cumbre. La estatua se asoma al lugar donde el novelista quedó hechizado por otra obra de arte, esculpida en este caso por la Naturaleza.
“Es un homenaje a la cumbre de Gran Canaria, una oda al paisaje y un reclamo a contemplarlo a través del personaje”, explica hoy en día Manolo González. Por eso este Unamuno congelado en el tiempo se parece a cualquiera de los visitantes que se sorprenden día tras día ante la majestuosidad del paisaje.
“La única impronta particular del personaje es el gesto, mirando con profundidad al Bentayga y al Roque Nublo, relajado, con una mano apoyada ligeramente sobre la baranda y el sombrero de caminante en la otra mano”, subraya el artista. “Unamuno aparece con un gesto adusto, pero no altanero, contemplando el entorno con solemnidad”, añade.
Manolo González comenta que para él fue un privilegio encargarse del proyecto: “En mi adolescencia leí mucho a Unamuno, así que me resultaba un personaje cercano”. González le dio forma a la estatua en escayola antes del fundido en bronce de una pieza que se ha convertido en una parada casi obligatoria en las rutas cumbreras.
Las palabras de Unamuno sobre Gran Canaria cobran vida más de un siglo después para sonar como un imperecedero eslogan turístico: “Los que al cruzar el Atlántico os detengáis un momento en este mesón puesto en una encrucijada de camino de los pueblos, no dejéis de echar pie a tierra en él y si disponéis de tiempo internaos en la isla. No perderéis el tiempo. Os lo aseguro”.
“El espectáculo es imponente”, afirmaría también Unamuno sobre la cumbre de Gran Canaria. “Todas aquellas negras murallas de la gran caldera, con sus crestas que parecen almenadas, con sus roques enhiestos, ofrecen el aspecto de una visión dantesca. Es una tremenda tempestad petrificada, una tempestad de fuego, de lava, más que de agua”, aseguró dejando tras su marcha la definición más repetida y famosa de la cumbre. Después de la lava, después de los cataclismos y después de la batalla entre los elementos llegó, al fin, el momento de la palabra.
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