Gran Canaria, la isla azul
Aquí empieza un viaje sensorial por Gran Canaria a través del color azul, uno de los elementos esenciales de la Isla.
Algunos seres de Gran Canaria habitan en un territorio siempre azul, porque el mar y el cielo son el lienzo sobre el que se dibujan sus vidas. Las primeras pardelas, aves atlánticas por excelencia, comienzan a anidar en marzo en los riscos de la Isla. Al atardecer, cuando se intensifican los tonos marinos, se las puede ver volando en grupos, casi rozando las aguas, planeando durante minutos antes de impulsarse de nuevo con una cadencia de cinco o seis aleteos. De pronto, se sumergen bajo el mar en busca de peces y rompen las fronteras entre los dos grandes mantos azules de Gran Canaria.
Si pudiéramos ver a través de los ojos de esa pardela descubriríamos la casi infinita variedad de la vida del mar que se abraza a Gran Canaria. El azul, como el mar en sus dominios, lo inunda todo, aunque en ocasiones se manifiesta también de manera sutil, a destellos. Sucede, por ejemplo, cuando los rayos del sol penetran en el agua cristalina y encienden ante nuestra mirada el azul eléctrico de las pequeñas fulas o los anillos y escamas teñidas de añil de otros pequeños peces.
Y lejos de los rompientes donde anidan aves capaces de volar centenares de kilómetros y regresar a tierra para alimentarse, y muy por encima de las playas y pequeños muelles donde resplandecen las fulas, Gran Canaria sigue mostrando su espíritu azul. En el interior, las flores del tajinaste azul, un endemismo insular que florece entre marzo y abril, parecen luminarias celestes destacando entre la verde espesura.
Gran Canaria esconde más secretos en su cofre de madera de índigo. Uno de ellos está envuelto por un halo de misterio. El pinzón azul, símbolo natural de la Isla recientemente reconocido como nueva especie, es el zafiro alado de la naturaleza grancanaria. No es fácil verlo, como ocurre con las grandes joyas.
La Isla nos observa con su mirada limpia y azul. El iris de sus ojos son los charcos que forman las mareas en la orilla y las aguas de lluvia en los barrancos. Y su corazón de fuego, como buena hija del volcán, también es un muestrario de la amplia gama de tono que puede llegar a poseer el basalto. Las canteras de Arucas y de Lugarejo, en San Lorenzo, albergan la famosa piedra azul, utilizada durante siglos para construir templos y edificios civiles.
A veces las nubes se transforman en una vaporosa capa levemente azul que contrasta con las brasas del día que dejan las últimas horas del día al incendiarse y dejar paso a la noche, cuando la isla duerme para brillar de nuevo a la mañana siguiente, bella y viva, abierta a ser descubierta, como se abrirán de nuevo las puertas y las ventanas azules de los pueblos costeros.
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