Gran Canaria: la isla de oro
El amarillo es uno de los colores representativos de Gran Canaria. Sigue su estela dorada desde las profundidades y hasta alcanzar el cielo.
El corazón de Gran Canaria es de oro. En las entrañas de la Isla, en el Barranco de Ayagaures del municipio de San Bartolomé de Tirajana, se ocultan vetas de una apreciada piedra amarilla. Es como si los rayos del sol se hubieran cobijado entre las montañas hasta fusionarse con ellas. Esta roca nació del fuego volcánico y, gracias a la poética del tiempo, se fraguó finalmente un tipo de roca que sirvió para decorar la fachada de la Basílica del Pino de Teror, el edificio religioso más emblemático de Gran Canaria.
El amarillo es un símbolo de Gran Canaria que se manifiesta por tierra, mar y aire. Continuando con este recorrido ascendente que empezó en las profundidades terrestres, nuestra vista contempla de cerca otra peculiar manifestación de vida. Se trata esta vez de la retama amarilla, un endemismo insular tan adaptado a la Isla que ha extendido su luz por la Cumbre y por múltiples rincones de la geografía insular. Le gusta cobijarse entre pinares, donde forma densos matorrales que encienden el paisaje con el amarillo de sus flores.
El amarillo tiene su propio sabor en Gran Canaria. El viento alisio juega con las espigas de trigo y con las piñas de millo que crecen en los campos. De estos granos se extraerá posteriormente el gofio, el dorado alimento sin el cual resulta imposible entender la gastronomía de la Isla. Los aborígenes lo elaboraban a partir de la cebada, el trigo o las habas. Los granos traídos del Nuevo Mundo tras el descubrimiento de América ampliaron su variedad con el millo y el centeno. Hoy en día forma parte indispensable de la dieta y de la oferta culinaria isleña, así que el corazón dorado de Gran Canaria palpita cada vez que alguien prueba una ‘pella’ o un caldo de gofio escaldado.
Seguimos todavía a pie de tierra, aunque en este caso hay que alzar un poco la vista para ponerla a la altura de las ‘manillas’ de plátano que maduran en las plataneras. Todavía están verdes, pero poco a poco el amarillo irá pintándose sobre la piel de otro de los grandes tesoros de Gran Canaria. Su historia en la Isla comenzó en el siglo XIX, cuando el naturalista y cónsul de Francia en Canarias, Sabino Berthelot, hizo traer desde la Cochinchina, en el sureste asiático, las primeras variedades de una planta que encontró aquí un nuevo y perfecto hogar donde no ha dejado de escribir páginas de oro.
El amarillo también posee su particular sonido en Gran Canaria. De un lugar cercano llegan a nuestros oídos las notas del gorjeo de un canario silvestre, cuyo plumaje también está iluminado por el amarillo. El pajarillo levanta el vuelo y se pierde entre la espesura. Entre las ramas se filtran los rayos del sol, el astro amarillo, el Gran Rey Dorado que cada día cumple con su cita con la Isla. Y aquí, en las alturas y bajo el sol perenne, culmina este relato que empezó bajo tierra, donde late el corazón de oro de Gran Canaria.
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