La imaginación vuela hacia Maspalomas

La imaginación es como cualquiera de estas gaviotas, siempre dispuestas a dejarse llevar por la más leve brisa.

Su vuelo es un sello notarial del curso de la vida estampado sobre el cielo y en este caso también sobre la silueta del Faro de Maspalomas, al sur de Gran Canaria. La imagen retrata apenas un instante en más de un siglo de luces, desde aquel lejano día de 1890 en el que la luminaria proyectara su primer destello.

Maspalomas

El Faro de Maspalomas raya el cielo a sesenta metros de altura y ha guiado a los navegantes desde hace más de 120 años. La cristalera desde la que despide su haz blanco con la regularidad del latido de un corazón es también una cúpula del tiempo. Hoy, además, la torre señala como un gran mástil uno de los lugares más soñados y retratados de Europa, en especial en los meses de invierno. Estar junto al Faro certifica que la imaginación ha llegado al final a su destino.

Cúpula del Faro de Maspalomas

Desde su atalaya, el Faro de Maspalomas observa el movimiento lento y sigiloso de las dunas, el guiño de la charca y el cimbreo de las hojas de las palmeras del oasis. Pero antes de las primeras piedras del Faro, con anterioridad incluso a que alguien pensara en darle forma, hubo otro tiempo distinto al que le ha tocado iluminar. Los navegantes de distintas épocas recalaban en estas costas para hacer acopio de leña y aguas salobres y seguir en busca de nuevos territorios y aventuras, que nacieron también en la imaginación de personas que se atrevieron a dejar que sus sueños volaran como gaviotas al atardecer.

Las luces guían el curso de la vida. Literalmente. Las crías de gaviota martillean con insistencia el característico punto rojo del pico de sus progenitores para reclamar el alimento que han conseguido en sus vuelos sobre los océanos, iniciados tan pronto despunta el día y que en ocasiones, les conducen tan lejos como lo hace la luz del Faro de Maspalomas, que viaja casi veinte millas sobre las aguas.

Playa y Faro de Maspalomas

De forma paulatina, con la misma cadencia con la que se mueven las dunas y con la que se puebla y se despuebla la playa al inicio y al final de cada jornada, los ropajes pardos de las gaviotas jóvenes dejarán paso a su definitiva vestimenta de blanco y plata. Pasarán con ella el resto de sus días sobre este paisaje del que son parte indisoluble junto a la arena, el horizonte, las olas y la ansiada calma.