La memoria de los árboles de Gran Canaria
Los árboles singulares de Gran Canaria ofrecen un particular resumen de su historia y biodiversidad.
Los árboles singulares de Gran Canaria tienen nombre propio y la población de la isla se dirige a ellos como quien le habla a un viejo amigo, a un venerable anciano o a una madre a cuya sombra se han criado varias generaciones, como ocurría alrededor de la Castañera Grande de Las Lagunetas, en Vega de San Mateo, pues la ceniza de la leña de este ejemplar de más de tres siglos de vida se usaba para cicatrizar los ombligos de las criaturas recién llegadas a este mundo insular guarecido bajo la arboleda.
Igual que un bebé, el Drago de Pino Santo brotó espontáneamente de la tierra hace más de 240 años y se mantiene en pie desde entonces, aferrado a una pared de basalto sobre la que descuelga sus raíces centenarias. La contemplación de este monumento vegetal, de perfecta silueta y 16 metros de altura desde la carretera GC-151 o desde el fondo del Barranco Alonso, ofrece una visión fugaz y casi onírica del paraíso perdido.
En 1718, el mismo año en el que los franceses fundaron la ciudad de Nueva Orleans, cuando fallecieron el pirata Barbanegra y el Rey Carlos XII de Suecia y se firmó el tratado de paz que puso fin a la guerra austro-turca, alguien plantó el Drago de Gáldar, el más antiguo de Gran Canaria, que sigue siendo testigo de los acontecimientos humanos, acomodado en el patio interior del antiguo ayuntamiento y actual oficina de turismo. Su corteza de piel de dragón deja ver los grabados y cicatrices de la extracción de la resina con fines medicinales o para tintes por quienes ejercían el oficio de yerberos y yerberas, como la mítica Catalina, apodada ‘La Regañona’ por su recio carácter.
Primero fueron pastores, arrieros, leñadores, trashumantes y carboneros quienes se sentaban bajo su espesa copa sobre la colina en la que se aposenta el árbol. Hoy en día son sobre todo montañeros y senderistas quienes miran con asombro al Pino de Casandra o Pino Bonito, el más antiguo de Gran Canaria con una edad estimada de unos cuatro siglos que le ha permitido vivir el tránsito de la sociedad prehispánica a la moderna. La señal de una gran quemadura en su tronco ha alimentado la llama de las leyendas en incontables noches bajo las estrellas junto a la Presa de Las Niñas. Sus hermanos de los Pinos de Gáldar, igualmente centenarios, también rozan el cielo entre los 1.400 y 1.500 metros sobre el nivel del mar.
Los recuerdos nos llegan a veces envueltos en fragancias. Ocurre también con las sabinas, con cuya madera se hacían sahumerios para purificar y aromatizar las estancias del hogar. Además, es tan resistente que todavía es posible encontrar vigas de sabina sosteniendo estructuras desde hace varios siglos. Una de las más grandes y antiguas de Canarias es la Sabina de Tirma, que según la tradición oral se originó cuando un cuervo vino a beber a esta vertiente y depositó la oportuna semilla.
Junto al camino que conecta el pago de Las Casas de Almácigos, se alza la Cardonera de Veneguera, tomado por escenario para escenificar belenes, un curioso uso para esta joya botánica, una suerte de candelabros gigantes entrelazados de más de cinco metros de alto y quince de diámetro y que representa a las especies de las vertientes más soleadas de Gran Canaria. En el extremo contrario, el Barbusano de Osorio es un ejemplo de la laurisilva canaria o bosque húmedo, base de la legendaria Selva de Doramas, nombre que toma prestado del antiguo guerrero canario.
El Palmeral de la Sorrueda, en la matriz de las medianías del sureste, supone una lección al aire libre sobre la belleza de la palmera canaria. Este conjunto está localizado además junto a un mosaico de parcelas agrícolas, algunas de las cuales se explotan desde el siglo XVI. Por su parte, las Palmeras de Tenoya, en el camino de Casa Ayala, despegan del suelo junto a una finca de plataneras y sus copas se despliegan como un fuego artificial a 36 metros de altura, solitarias e inaccesibles.
Las cicas son fósiles vivientes que surgieron hace más de trescientos millones de años en la era del Mesozoico. Esta especie está considerada una de las primeras con cierto grado de complejidad aparecidas en el planeta, y no es exactamente una palmera, aunque lo parece. La Cica de San Martín alcanza los 11 metros de altura y vive desde hace más de dos siglos entre los muros del viejo Hospital San Martín, luego San Martín Centro de Cultura Contemporánea y futuro Museo de Bellas Artes de Gran Canaria, donde presidirá un espacio que mostrará la obra de artistas que nacieron y alumbraron su obra mucho después que ella.
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