La vieja calma, el nuevo Perchel
La Playa de El Perchel, en Arguineguín, acrecienta su atractivo tras la remodelación de su entorno y los nuevos servicios.
La calma se baña cada día en el mar de Arguineguín, en la costa de Mogán, al sur de Gran Canaria. La tranquilidad de estas aguas resulta contagiosa. Se adhiere a la piel, como el suave salitre. Este efecto se observa también en el ritmo pausado de las personas que entran y salen del océano. O en las conversaciones al ritmo de las olas en el paseo. “Hoy está la marea para pescar”, refrendan los vecinos, sentados en el banco, mientras contemplan el inmaculado espejo azul que se extiende ante ellos. Así es. De hecho, al filo de las once de la mañana comienza el lento goteo de regreso al muelle de los barcos artesanales.
Cerca, la Playa de El Perchel, protegida de los vientos por la punta del mismo nombre, en dirección norte, presume de los nuevos ropajes tras su remodelación, como quien sale a pasear con un sombrero veraniego recién comprado. El paseo se abraza a la playa, a la que se puede acceder cómodamente a través de rampas que redoblan la accesibilidad. Es una playa amable que recibe a todo el mundo por igual. Esta voluntad se expresa también en la pasarela de acceso al mar, adaptada para personas con movilidad reducida.
El Perchel es ahora un pequeño mundo de relajación frente al mar para todos los gustos y edades, con un parque infantil, porterías de fútbol y de vóley playa sobre la arena, áreas de sombra, palmeras, tarimas de madera desde la que echar a volar pensamientos sobre el Atlántico, junto a las gaviotas, aseos, módulo de salvamento y la oferta de restauración y comercio del centro de Arguineguín a un golpe de timón, con terrazas prácticamente a pie de playa. Además, cada martes se despliega en la zona un surtido mercadillo que abre de 09.00 a 14.00 horas y donde no faltan las frutas tropicales propias del sur de Gran Canaria, del mango a la papaya, los tomates, la sal o la amplia gama de productos del aloe vera canario.
La intervención urbana en El Perchel se ha completado con la creación de una piscina de agua de mar que sube y baja con las mareas. Lo saben bien los peces que se mueven en su interior. También los huidizos cangrejos que avanzan y retroceden en función de nuestros movimientos. Da la sensación de que jugaran con nuestras sombras. En realidad, nos encontramos en la versión moderna de un espacio ancestral, lo que añade atractivo a este lugar junto a la desembocadura del barranco de Arguineguín en el que parece que no pasa nada, pero donde no han dejado de suceder cosas.
Aquí hubo asentamientos de la antigua población canaria, antes de la Conquista. Y aprovechándose del remanso del mar, de las calas y las facilidades para el desembarco, los navegantes encontraron un sitio propicio para hacer acopio de víveres. Los antecedentes de los actuales asentamientos urbanos de esta zona de Mogán se encuentran en los grupos de familias pescadoras, que con frecuencia secaban el pescado al casi sempiterno sol de Arguineguín y al arrullo de este mar que guarda silencio y se mueve con sigilo, aparentando que no está ahí, como si no quisiera molestar. Pero siempre está. La serenidad es parte de su forma de ser y su regalo diario a quien se acerca a sus orillas.
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