Las Dunas de Maspalomas bailan en silencio
Cada amanecer es la primera escena de un nuevo día. Prácticamente nada altera el sueño nocturno de las dunas de Maspalomas, en el sur de Gran Canaria. Las montañas de arena despiertan entrelazadas, envueltas en sus propias mantas de seda. Los primeros rayos del sol inciden directamente sobre sus crestas y hacen desaparecer como por arte de magia a las últimas sombras.
Las dunas, con su sinuosa forma de interrogación permanente, parecen ocultar un misterio. Finalmente, la luz impera. En esto no caben dudas. Este ser, hecho de arena de la cabeza a los pies, no será el mismo al final de esta nueva jornada, aunque prácticamente nadie notará la diferencia. Se trata de matices, de un mechón dorado que cambia de lugar, de furtivos granos de arena que resbalan por la ladera, o quizás de marcas sobre la superficie que avanzan impulsadas por la brisa. El conjunto parece inmóvil, pero cada una de sus partes permanece en perpetuo movimiento, inspiradas por el oleaje cercano. Las dunas bailan en silencio.
Las dunas de Maspalomas se asemejan a un grupo de criaturas descomunales convertidas en arena por algún tipo de embrujo. El único truco, sin embargo, es obra de la acción conjunta del mar y los vientos. Ver cómo se desperezan otorga la certeza de comenzar el día en el lugar adecuado, sobre todo cuando la proximidad del mar se suma a este paisaje protegido que se puede contemplar desde el mirador de Las Dunas o recorrer a través de los senderos habilitados. Lo más probable es que queramos permanecer junto a ellas hasta que las sombras regresen para pernoctar entre los pliegues de su piel arenosa.