Las maravillas del Mercado de Vegueta
El Mercado de Vegueta de Las Palmas de Gran Canaria despliega ante el visitante un pedazo de aromática realidad.
“Son ocho euritos, señora. Le pongo el pescado en dos bolsas y se va usted tranquilita. Que tenga buen día...” Las palabras afables, la maqueta en madera de un barco que cuelga de un lateral y el producto vistoso y fresco de una de las pescaderías empiezan a hablar del Mercado de Vegueta de Las Palmas de Gran Canaria nada más entrar en sus centenarias instalaciones. El espacio, más allá de un colorido muestrario de maravillas, le abre al visitante una puerta que da acceso a una especie de teatro que, sin embargo, es un auténtico pedazo de aromática y bulliciosa realidad.
Cerca de la zona de la pescadería se despliegan los aromas de los afamados quesos del interior de Gran Canaria. Mujeres y hombres de cierta edad, habituales del lugar, prueban las muestras que les ofrece el ventero antes de decidirse y emitir su juicio. “Déjame una cuñita de éste”, manifiesta con dignidad principesca uno de los clientes, que ha optado por un semicurado de Valsequillo. “Yo empecé a trabajar con mi padre en el Mercado de Vegueta cuando tenía nueve años”, asegura Domingo, un puestero con más de cinco décadas de experiencia en el arte de ofrecer sólo los mejores quesos del país.
De repente, un arcoiris se despliega en el interior de este mercado, todo un símbolo de la ciudad y de la isla abierto en el año 1858. La vista queda hechizada ante el despliegue de mangos, guayabas, caquis, tunos indios, kiwis, nísperos, papayas, pitayas y otras muchas variedades de fruta. La paleta de colores resulta inmensa.
El siempre animoso José Quintana ofrece muestras de fruta a los clientes con precisión relojera. Sus antepasados venían al trueque desde el interior incluso antes de que existiera el Mercado de Vegueta y desde su apertura no ha faltado en el recinto una representación de la saga que él ahora mantiene y representa con orgullo. Su puesto de fruta y verdura opera bajo el rótulo de ‘José y Alicia’ y posee incluso un libro de firmas. Desde aquí se ha despachado fruta para realezas europeas y árabes y para presidentes de la China y actrices. “Yo no trabajo aquí. Para mí esto es mi vida”, proclama.
El Mercado de Vegueta hierve de vida. Aquí se conversa, se toma el café, un chocolate con churros y el que quiera se echa un vino o una tapa de pulpo. Las bolsas que llegan vacías se van cargadas de carnes de Valleseco, de frutas tropicales cultivadas en el sur de Gran Canaria, de plantas medicinales, de pan hecho al horno de leña o de aceitunas curadas de Temisas. Por poder, hasta se puede hacer la copia de una llave, aunque para entrar aquí, como ya se ha dicho, la puerta siempre está abierta, al menos entre las 06.30 y las 14.00 horas de lunes a jueves y hasta las 15.00 en el caso de los viernes los sábados y las vísperas de festivos.
El Mercado de Vegueta tiene alma, y por eso es bello por dentro y por fuera en más de un sentido. Así lo han visto también distintas miradas que lo han situado entre uno de los diez mercados más bonitos de Europa en listas como la elaborada por el buscador de viajes francés Easyvoyage, donde figura junto a la Boquería de Barcelona, Le Marché Aux Puces de París, el Mercado de las Flores de Amsterdam, el Mercado Turco de Berlín o el Rastro de Madrid.
Las instalaciones se levantan en un lugar privilegiado de Las Palmas de Gran Canaria, en la vieja desembocadura del barranco del Guiniguada, frente a Teatro Pérez Galdós, en pleno barrio histórico de Vegueta y a dos minutos a pie de edificios tan emblemáticos como la Catedral de Santa Ana o la Casa de Colón. La idea del corregidor José Eguiluz de concentrar a los mercaderes se ha convertido con el paso del tiempo en un enclave histórico cargado de presente y de futuro.
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