Lecciones de vida en la Cruz de Tejeda
La Cruz de Tejeda, en Gran Canaria, es un epicentro geográfico e histórico donde se escucha la voz interior de la isla.
“Hay que ponerle buena cara a la vida”. Manuel Ortega nació en el seno de una familia que se ganaba el sustento cultivando la tierra, cuidando de un breve ganado de ovejas, cabras y alguna vaca y trabajando en galerías de agua de la cumbre de Gran Canaria. Y quizás por ello su conversación fluye como un manantial. “Yo gozo hablando con la gente”, reconoce Manuel mientras acaricia el lomo de su noble y cuadrúpedo compañero, Bartolo, un burro introvertido y manso cuyo trabajo es pasear a quien quiera por el entorno de la Cruz de Tejeda, un cruce de caminos y epicentro geográfico, turístico, histórico y en cierto modo sentimental de la isla situado por encima de los mil quinientos metros de altura que se asoma a una asombrosa cuenca volcánica.
Bartolo, sigue explicando Manuel, “se escapó del fuego” que hincó sus ardientes colmillos en el corazón verde de Gran Canaria, así que el animal es un símbolo andante de que la vida, pese a todo, sigue su camino. Manuel lleva más de dos décadas formando parte del paisaje humano de la Cruz de Tejeda. “Lo que más me gusta es el ambiente que hay. Siempre encuentras gente con la que hablar”, insiste un hombre nacido para las relaciones públicas puede que incluso antes de que existiera el concepto.
La Cruz de Tejeda marca el punto de partida y de cruce de múltiples senderos y caminos reales que se adentran en esta Gran Canaria que se funde con cielos azules y atardeceres infinitos que dibujan en el aire las últimas pinceladas del día antes de ceder el protagonismo absoluto a las estrellas. Pero antes de que caiga el telón nocturno, el lugar vive en un alegre bullicio gracias a la presencia de una decena de puestos de venta que conforman un verdadero mercado de las maravillas donde encontrar casi todo lo imaginable y, sobre todo, lo inimaginable.
“Pasen, pasen… Miren, prueben esto, ya verán qué sabor...” Ione y Noelia desprenden auténtica pasión por ofrecer “los mejores productos de Gran Canaria”. Son una especie de embajadores del sabor de toda una isla. “Se habla mucho de las playas, pero tenemos una gastronomía impresionante y única”, declama Ione en un escenario decorado con licores de tuno indio, quesos añejos, mojos de almendra, mieles de Tejeda, ron miel o mermeladas de cactus. Un bodegón de verdadera altura.
Diego Herrera exhibe en su puesto vinos con tanta personalidad y arraigo que se hacen llamar igual que las familias que los producen. Aquí, hasta la última aceituna tiene una raíz y una denominación de origen claras en un catálogo donde brillan quesos que se han colgado distintas medallas en diversos concursos, mermeladas de café de Agaete o mazapanes elaborados con almendras de Tejeda.
Cuando se sube a la Cruz de Tejeda se entra en contacto con aspectos fundamentales, tan obvios que se ven arrastrados en el frenesí del día a día. “Aquí en la cumbre está el aire”, corrobora Claudia en el interior de su puesto de recuerdos y variedades. Sus ojos permanecen cerrados mientras lo dice. A menos de veinte metros de distancia se encuentra la Oficina de Información Turística. Aquí, siempre con una sonrisa puesta, recibe a más de veinte mil personas al año Flavio Romero González, experto en luces y sombras. “Las vistas desde aquí son impresionantes. Yo llevo viniendo aquí desde que nací y nunca me canso de ver este entorno. La luz cambia muchísimo”, apunta sobre un paisaje cambiante y vivo.
“La zona concentra muchos valores paisajísticos y patrimoniales y supone un verdadero punto neurálgico de la isla”, resume Flavio. “Muchos turistas se asombran al contemplar un paisaje que no esperaban en absoluto”, añade mientras la mañana avanza y se incrementa el número de personas que se pierde en los puestos y en las cafeterías y restaurantes que se ubican al otro lado de la carretera. Los rayos de sol, al incidir sobre sus plumas, convierte en destellos andantes a los gallos que deambulan por la Cruz de Tejeda.
Al frente se levanta el Parador, un mirador en sí mismo que alcanza su sublimación en la piscina hidrotermal al aire libre, espacio que hace posible vivir la sensación de nadar y volar a la vez. La Cruz de Tejeda es, por otro lado, una interrogación constante. ¿Hacia dónde ir ahora? ¿Al pueblo de Tejeda? ¿Al Mirador del Pico de Las Nieves? ¿A San Mateo o Artenara? ¿Una caminata antes de elegir un lugar para probar las delicias de la zona? Lo curioso de esta pregunta es que cualquier respuesta es acertada. Y la despedida siempre es la misma, con don Manuel saludando a todo el que se va y el recordatorio en la mente de que hay que darle buena cara a la vida.
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