Los Cernícalos, camina con el agua
El Barranco de los Cernícalos, en Gran Canaria, te adentra en el lado más natural y misterioso de la isla.
Presta mucha atención, porque estamos a punto de entrar en uno de esos parajes que nos hacen sentir que vagamos por un mundo perdido que, sin embargo, está mucho más cerca de lo que pensamos. Sí, escucha y mira atentamente, porque cada piedra, cada planta y cada trino de pájaro tienen una historia que contar. Caminar por el Barranco de los Cernícalos, en la vertiente este de Gran Canaria, nos adentra en el lado más natural de la isla y nos sitúa, cara a cara, frente a su rostro más ancestral y salvaje.
La Naturaleza juega con nosotros y con nuestros sentidos desde el momento mismo en el que atravesamos la puerta invisible que da paso a este universo de mundos paralelos que se muestra a la vez luminoso y umbrío. Aquí el agua canta con la voz clara y cristalina de las aguas que bajan durante todo el año por un estrecho cauce y que son hijas de las grandes cuencas de recepción de las cumbres de Gran Canaria. Y las campanas, en lugar de sonar, huelen por la presencia de los bicácaros, flores de lánguida belleza naranja que añaden unas notas de misterio y delicadeza a este espacio enmarcado dentro de la Reserva Natural Especial de Los Marteles.
Aquí se puede cerrar los ojos y tocar con la mano el agua que baja desde los altos de Gran Canaria, como un lloro de vida y alegría, para entrar en contacto por un instante con el alma de estas tierras. Los niños sentirán quizás la irresistible tentación de tomar del suelo alguna rama caída y lanzarla a la corriente, imaginando que es un barco que se aleja hacia un país lejano y desconocido. La ruta a pie más fácil y accesible tiene unos tres kilómetros, pero el caudal de imaginación y de sensaciones que desata el Barranco de los Cernícalos resulta infinito.
En el curso medio del angosto valle se despliega una población de seres de aspecto desgarbado. Son árboles, los acebuches, una especie endémica canaria que se ha hecho fuerte en el Barranco de los Cernícalos, donde algunos ejemplares muestran formas casi humanas que saludan nuestro paso. Si de veras hablaran, contarían cómo antiguamente se usaba su prodigiosa madera para elaborar herramientas para el campo o el hogar e incluso armas, aprovechando su capacidad para arder incluso estando verde. Se decía de hecho que “al acebuche no hay palo que le luche”. Ya lo sabes...
Esta senda sonora que atraviesa laderas repletas de retamas blancas, tabaibas o trebolinas conduce directamente hacia caideros o saltos de agua, otro de los grandes alicientes de este mundo ‘encontrado’ habitado también por aves tan singulares como la alpispa, el canario, el herrerillo, el jilguero, el capirote, el cuervo, la calandra, el mosquitero, el vencejo y, por supuesto, el pequeño halcón que da nombre al barranco, el cernícalo, que todo lo ve y todo lo calla.
El camino junto al riachuelo regala diversas zonas abiertas donde es posible descansar y reponer fuerzas mientras. Ya debes estar muy cerca de la primera de la primera de las pequeñas cascadas. El sonido del agua rebotando en las piedras y sobre la charca que se forma a su pie te envolverá y pasará a formar parte de la banda sonora de un recuerdo tan inquebrantable como una vara de acebuche.
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