Papá, enséñame el mundo en Gran Canaria
Gran Canaria vive el Día del Padre con otra oportunidad de mostrar la vida a través de la propia isla.
Entre las montañas y quebradas de Gran Canaria siguen creciendo y extendiendo sus raíces árboles plantados por orgullosos padres con motivo del nacimiento de sus hijos. Ocurre desde hace siglos. Así se añadía más vida a la vida y, al menos de un modo metafórico, se anclaba el futuro a la tierra. Esta costumbre trae a la memoria las palabras del célebre periodista y literato grancanario Francisco Guerra Navarro (San Bartolomé de Tirajana, 1909 – Madrid, 1961), más conocido como Pancho Guerra y quien en su poema ‘Memorias de Pepe Monagas’ dejó escrita una sugerente expresión que describe magistralmente la sensación que provoca la paternidad: “Tener un hijo, es tan… tan así, como si le plantaran un monte encima del pecho”.
La paternidad se celebra más allá de esa arboleda íntima, con nombre y apellidos, más allá incluso de los restos de la llamada Selva de Doramas, el manto de bosque subtropical que cubría la mayor parte del norte de Gran Canaria en tiempos del guerrero del siglo XV que se presentaba a sí mismo como Doramas, el hijo de Doramas. Ser padre se asemeja a veces a ese tránsito por el silencio de los senderos que atraviesan la laurisilva, roto apenas por el canto de los pájaros que van y vienen, casi siempre sin dejarse ver.
Vamos ahora por otro camino, ascendiendo un poco a cada paso y escoltados por los pinares de la cumbre. Esta ruta forma parte de una de esas tradiciones no escritas y de esos gestos que se repiten año tras año, como un ritual sin manuales. Hay una mano que toma a la otra, la del hijo o la hija. En lo alto se alza la meta, en este caso el Roque Nublo, uno de los símbolos naturales de Gran Canaria. La “lírica piedra lunar”, como se dice en la canción ‘Sombra del Nublo’ de Néstor Álamo, proyecta su sombra y recuerda que, en efecto, la isla y la vida en ella es “fuego y lava junto al mar”.
El mar… El mar en Gran Canaria es y ha sido lanzar pequeñas piedras desde la orilla y enseñarles cómo hacer que éstas salten sobre la superficie marina. Aquí el océano también es una oportunidad para indicar los nombres de los peces que habitan en los charcos y de las aves que se alimentan en las aguas someras, aprender a nadar, alcanzar la cima de una duna en la Playa de Maspalomas y deslizarse por una de sus faldas o despedir el día corriendo sobre la arena en el atardecer de una jornada de aventuras que termina pero que nacerá otra vez mañana.
En Gran Canaria, un padre puede mostrar el mundo entero en un día: una estrella de mar, un riachuelo que desciende por el Barranco de los Cernícalos, el sol radiante, la bruma, la ciudad vibrante, un oasis de palmeras, un drago, el lagarto gigante y el minúsculo cangrejo ermitaño. El Día del Padre ocupa todas las hojas del calendario y desborda los límites del 19 de marzo.
La figura del padre ha quedado retratada en el caso de Gran Canaria en el romancero popular, en coplas que evocan la figura de un hombre que trabaja la tierra casi sin descanso, arado en mano, para procurar el sustento de los suyos. También en folías y otras composiciones musicales que glosan la figura de padres bondadosos o incluso vengados por sus hijos. Otros navegan por los mares de la memoria, cuando las familias aguardaban el regreso de los marineros que encomendaban su futuro y su fortuna al gran patriarca oceánico.
Y así es como Gran Canaria mira hacia todos los puntos cardinales y lo hace al mismo tiempo con la mirada tierna y protectora de un padre y los ojos soñadores de un niño capaz de ver lo que hay justo después del horizonte.
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