Pasos en el silencio del Barranco del Álamo
El sendero circular del Barranco del Álamo de Teror asoma a la biodiversidad y la vida rural de Gran Canaria.
Los barrancos son las arterias por las que fluye con mayor intensidad el caudal de vida de Gran Canaria. Aquí, guarecida entre paredes de piedra, la naturaleza bebe agua de los manantiales, trepa, florece, repta, hunde sus raíces y se multiplica. También tiende mantos verdes sobre el basalto, ocupa los huecos más inverosímiles y aguarda entre claros y sombras a quien quiera experimentar qué se siente en estos lugares protegidos de las prisas del mundo. Así sucede en el sendero del Barranco del Álamo de Teror.
Este barranco es una cápsula en el tiempo y el espacio. Especies termófilas como las palmeras y ejemplares de la laurisilva conviven en este reino de matices y silencios con terrazas de cultivo centenarias y puentes que completan dicho cuadro rural en el corazón de Gran Canaria. La última pincelada la añaden dos escaleras para salvar los puntos de mayor desnivel, la seña de identidad de esta ruta circular de algo más de cinco kilómetros.
La ruta parte de la Plaza de Nuestra Señora del Pino, deja a sus espaldas la Basílica de Teror, una de las joyas del neoclásico en Canarias, desciende por las calles Los Viñátigos e Ignacio Quintana Marrero y conduce al puente de El Muñigal, que se presenta como una puerta de entrada a un pequeño universo de sensaciones anclado en el fondo del barranco.
Dragos, palmeras canarias, nispereros, tuneras y verodes interpretan la sinfonía compuesta por la biodiversidad de Gran Canaria. La orquesta es variopinta, aunque las notas encajan a la perfección, una tras otra, en armonía con los muros de piedra seca que sostienen la tierra vegetal de los bancales de cultivo. Andado el primer kilómetro y medio, sale en auxilio del caminante la primera de las escaleras para salvar una pared prácticamente vertical de unos cinco metros de alto.
El barranco cambia de rostro y atuendo con frecuencia. En algunas ocasiones se muestra luminoso y expansivo. En otras, parece ocultarse bajo un oscuro velo. En este tramo, su semblante varía de forma notable con respecto al inicio del sendero. La huella humana se difumina y cede todo el protagonismo a grandes paredes que se elevan hacia las alturas de forma vertiginosa. Aquí eclosionan colonias de helechos y se incrementa la presencia de árboles de la laurisilva, eco orgulloso del antiguo gran bosque húmedo o monteverde que cubría la mayor parte de las medianías de Gran Canaria.
La segunda escalera, de menor tamaño, sale al encuentro pasados los dos kilómetros de recorrido y eleva hasta la parte final del barranco. Suena ahora una melodía de despedida, aunque todo el mundo sabe que los barrancos pasan a formar parte del paisaje de la memoria.
Después de casi tres kilómetros de secretos revelados, el sendero abandona el barranco y regresa al casco urbano de Teror por el Camino Real del Álamo. Ahora es posible contemplar su cauce con ojos de pájaro y contemplar, además, el mosaico que componen terrenos de cultivo y las tradicionales casas de campo. Es otro de los atractivos de esta ruta integrada en el proyecto ‘Senderos y vida’ y que conecta con el tramo que enlaza La Molineta con Los Arbejales, recientemente rehabilitado por el Ayuntamiento de Teror.
Vuelven los pasos, aunque una parte nuestra, la más necesitada del contacto íntimo con la naturaleza, se ha quedado en el Barranco del Álamo, feliz. La visión de la cúpula de la Basílica confirma la inminente llegada a las calles empedradas de Teror, un pueblo tan profundo y repleto de vida como sus barrancos.