Playa de Arinaga, el teatro marino
La Playa de Arinaga, en Gran Canaria, invita a disfrutar de la vida junto a un mar que nunca baja su telón azul.
Antaño, en Arinaga, los días se abrían con el sonido de las profundidades. Literalmente. Muy temprano, en ocasiones poco después del alba, los pescadores anunciaban su regreso a tierra haciendo sonar los bucios, las grandes caracolas que pueblan los fondos marinos del lugar. Lo hacían horas después de partir con sus barcas de remo para probar fortuna en las cristalinas y pródigas aguas de esta parte del litoral de Gran Canaria.
El aullido era la señal para que el pueblo supiera de su vuelta y se improvisara la venta del pescado justo después de limpiarlo mientras sus escamas de colores brillaban bajo el sol. El último viernes de agosto, y desde hace más de dos décadas, se celebra la fiesta de la ‘Vará del pescao’, una romería marinera y sardinada popular que recuerda aquellos tiempos vibrantes, salinos y sonoros.
Arinaga es tradición, es costa, es recuerdo, es presente y, desde luego, es playa, especialmente acogedora y mansa durante el invierno, cuando se apaciguan los vientos. Una playa, eso sí, hecha de arena y memoria. Por eso una de sus señas de identidad son las esculturas del niño que coge pulpos entre las rocas o de otro que simplemente se baña y disfruta, obras de arte que recrean escenas vistas un millón de veces en este particular teatro marino de la vida donde el telón azul nunca se baja.
Esta fusión entre el ayer y el hoy se prolonga a lo largo de la Avenida de los Pescadores, donde ofrecen sus delicias marinas múltiples bares y restaurantes, una tentación que nos persigue en realidad a lo largo y ancho de toda la población. En el muellito viejo llama la atención la silueta de la escultura de un pescador de caña, tan quieto como lo estaban los auténticos, como el padre del propio escultor, Paco Suárez, que bañó su infancia en estas aguas. En la actualidad, las escaleras de piedra que descienden hasta el mar siguen siendo una invitación a sumergirse en el Atlántico a la que resulta difícil negarse.
El tercer acto de esta representación de luz y vitalidad se desarrolla en el llamado Soco Negro, justo antes de la punta costera del mismo nombre. Aquí, el tiempo se detiene frente al frontón bajo el que se guarecen el solarium de madera, los baños públicos y la rampa de acceso a una piscina natural tan transparente como el mismo cielo. Es el lugar elegido por los buscadores de calmas y de días que se repiten como gotas de aguas de un mar limpio y puro.
La Playa de Arinaga es un cuadro de vida enmarcado por hitos que vuelven a hablarnos de un pasado que sigue definiendo su manera de estar en el presente. Si seguimos la senda en dirección norte nos adentraremos en las calas del Risco Verde, rematadas con tarimas para tomar el sol y acomodarse. El paseo incluye en este tramo coloridas esculturas en gran tamaño de peces típicos del lugar y concluye al pie del Museo de la Cal, que alberga un restaurante. En lo alto, en el mirador, se yergue la escultura ‘Jugando con el viento’ y se despliega el sendero que conduce al Faro de Arinaga atravesando un espacio natural protegido. De vuelta al sur, recogiendo los pasos que dejamos atrás, nos encontraríamos con las salinas, declaradas Bien de Interés Cultural, entre otras cosas porque la memoria se conserva bien en salmuera.