Playa de San Agustín, más que palabras
La playa de San Agustín, en Gran Canaria, es un lugar lleno de calma, de luz y de magia.
La playa de San Agustín es un niño que levanta castillos de arena junto a la orilla. Sus padres le observan desde el punto donde han extendido las toallas y clavado la sombrilla, que luce como una bandera en el centro exacto de su paraíso particular.
San Agustín es una playa con forma de sonrisa permanente en la vertiente sur de Gran Canaria, donde el buen tiempo es una costumbre más del lugar, como ir sin prisas y olvidar con frecuencia qué día o qué hora es.
San Agustín es un barco pesquero de color blanco y rojo de vuelta al puerto que recorta con su figura el manto azul de un horizonte donde se funden el cielo y el Atlántico. El barquito va al trantrán y parece dibujado por un niño, quizás el mismo que construye sueños y castillos justo aquí, en San Agustín.
San Agustín es dejarse llevar por una marea interior de tranquilidad que penetra en nosotros según respiramos la brisa. Nos convertimos entonces en seres marinos que transitan por la playa sin buscar nada en concreto. En realidad, ya tenemos todo lo que buscábamos, ¿verdad?
San Agustín es agua cristalina, la figura de un pez fugaz que se transparenta bajo el mar. Es sentir el suave oleaje en los pies. San Agustín te convierte también, al menos por unos días, en el centro del universo, porque el sol da vueltas a tu alrededor.
San Agustín es deambular por el paseo que conduce hasta la cercana y más bulliciosa Playa del Inglés. Es parar en un restaurante y probar un pescado de la zona al punto de sal y preguntarse si acaso no lo habrá capturado la pequeña embarcación que vimos pasar apenas un par de horas antes. San Agustín tiene más preguntas que respuestas.
San Agustín es una pareja que aprovecha la marea baja para dibujar sus iniciales sobre la arena mojada, en el centro de un gran corazón. Al día siguiente el dibujo habrá desaparecido, borrado por la marea llena, pero los enamorados seguirán pintando letras y corazones y recordarán aquellos días de paz y salitre.
San Agustín es alguien que se sorprende al ver reflejada su silueta sobre la arena húmeda cuando llega el atardecer y éste empieza a desplegar su espectáculo de luces y colores sobre la finísima lámina de agua que producen las olas. Hay dos atardeceres en San Agustín: uno en el cielo y otro en la tierra.
San Agustín es un niño (¿será el mismo, o no?) que descubre conchas y cangrejos en la bajamar, cerca de la escollera que actúa como inicio o final de una playa cuya definición necesita mucho más que palabras.
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