San Gregorio, el cuento continúa
El barrio de San Gregorio de Telde, en Gran Canaria, es una apasionante mezcla de historia, arquitectura, comercio y restauración.
El letrero de una pequeña y prometedora tienda que anuncia por igual la venta de artículos musicales y para la pesca sintetiza la capacidad para sorprender y entusiasmar que caracteriza al barrio de San Gregorio, en Telde (Gran Canaria), un carrusel de vida donde importantes bienes patrimoniales y una rica oferta comercial y de restauración se dan la mano para ofrecer al visitante una experiencia envolvente y quizás inesperada en el sureste de la isla.
Este caudal de vitalidad viene de antiguo, desde que las crónicas históricas señalaran a Los Llanos de San Gregorio como epicentro de uno de los mayores mercados de Canarias, un lugar donde todo se encuentra, se compra y se vende, según se lee en uno de aquellos textos en sepia. La zona conserva aquel espíritu y, en efecto, se tiene la sensación de que será posible encontrar prácticamente cualquier cosa. ¿Echamos a andar a ver qué depara hoy el día?
Bajaremos hoy precisamente como lo hace un río, siguiendo la ligera pendiente que desciende desde el templo de San Gregorio, una elegante iglesia de estilo neoclásico que custodia en su interior esculturas, relicarios, báculos y mitras de gran valor y que funciona como el palpitante corazón de San Gregorio, el lugar donde nada es imposible.
Muy cerca de la puerta principal, un vendedor de turrones que parece recién llegado de otro tiempo aguarda paciente por la fiel clientela. El pequeño carromato de madera donde se exhiben los dulces convive en extraña pero perfecta armonía con el resto de comercios. Todo encaja a su manera en este espacio ubicado en algún sitio entre el pasado, el presente y el futuro.
Esta celebración diaria de la convivencia entre la tradición y la modernidad de esta zona comercial abierta se prolonga por la Avenida de la Constitución y su entramado de calles paralelas y trasversales. Algunos callejones parecen propios de un cuento, con casas de una o dos plantas, cada una de un color, y en estampas casi pictóricas rematadas con una palmera que se esfuerza por tocar el cielo al fondo del cuadro. Sí, podría ser un cuento: el cuento sin final de San Gregorio.
A partir de aquí se amplifica el festival para los sentidos. A un lado y otro despliegan sus atractivos bares de toda la vida donde es posible probar un plato de carne de cabra sobre unos taburetes de madera, pero también locales de refinadas tapas que se pueden acompañar con selectos vinos o cervezas de fabricación artesana. Hay churrerías, cafeterías con librería incorporada para que el aroma del té y del café se mezclen con el de las letras, y un largo catálogo de negocios que se suman al ir y venir de los días en San Gregorio.
La cultura brota en cualquier sitio, como lo hacen los veroles entre las tejas de las viviendas más antiguas, y se percibe en los anuncios de tertulias literarias, de clases de baile o de interpretación musical o en las frecuentes actuaciones en los cafés, otro hilo conductor con un rico pasado marcado por aquel Café Buenaventura de los años cincuenta del siglo XX, famoso por sus tertulias.
En realidad, uno de los aspectos que más llama la atención de San Gregorio es la cantidad de corrillos y de tertulias que se forman en la calle de manera improvisada en la calle, espacios para la pausa y la conversación sin prisa favorecidos por la abundante presencia de bancos públicos y de rincones que proporcionan sombra a la palabra.
El paseo incluye paradas en el Teatro Juan Ramón Jiménez, punto habitual de espectáculos culturales y exposiciones, y por el cercano Parque Urbano de San Gregorio-Arnao, con una extensión de 12.000 metros cuadrados y donde se pueden contemplar tres llamativas fuentes diseñadas por el artista Luis Arencibia, así como un lago, múltiples esculturas y una importante selección de árboles y plantas.
Y felices como un rosal, remontamos la Avenida de la Constitución o cualquier otro vericueto de los que conducen nuevamente a la plaza de la Iglesia. Allí hay algo que nunca se mueve, la escultura dedicada al betunero mientras cepilla los zapatos de un señor que lee el periódico. A escasos metros, un quiosco sigue vendiendo la prensa diaria, otro guiño a los tiempos del papel que se levanta a su vez cerca de la casa donde don Francisco Izquierdo Pozuelo abrió su estudio fotográfico, droguería, imprenta y librería. ¿Por qué conformarse con menos si estamos en San Gregorio y en Gran Canaria?
El agua mana de la fuente a través de un pez de bronce, lo que nos devuelve al principio de este cuento que narra la historia de un barrio que suena tan bien como cualquiera de las trompetas o de las guitarras que se venden en la tienda más ecléctica que pueda imaginarse.
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