Toda una vida en La Aldea de Gran Canaria
El mercadillo del primer sábado de cada mes y el centro de visitantes de la micro área marina ‘El Roque’ se suman a los atractivos de La Aldea.
Existe en Gran Canaria un lugar cobijado entre montañas donde parece caber la vida entera. En sus fondos marinos habitan anémonas gigantes y se expande uno de los campos de gorgonias más bellos de Europa. En la superficie, en pleno casco histórico, cada primer sábado de mes es posible comprar aguacates, plátanos o naranjas locales, productos que llevan el sello del sol y la tierra insulares y que saben como sólo puede hacerlo lo auténtico.
El pueblo del que hablamos tiene incluso un puente que une el presente con el pasado y que, cada primer sábado de mes, coincidiendo con el mercadillo, permite abrir las puertas de pequeños museos locales que muestran cómo eran las viejas zapaterías, los almacenes de empaquetado del tomate, la escuela o la barbería. En La Aldea de San Nicolás, en la costa oeste de Gran Canaria y el lugar donde nos encontramos, han convertido lo extraordinario en algo normal.
El mercadillo de complementos y artesanía se desarrolla entre las nueve de la mañana y las dos de la tarde en la Calle Real, en el corazón del casco histórico del municipio. Una veintena de puestos ofrecen al visitante frutas, verduras, piezas artesanas de las más formas más variadas y hasta cerveza artesanal hecha en la isla. Además del buen ambiente que se respira en esta cita, se incluyen actividades para los más pequeños. Y también resulta aconsejable visitar el interior de la iglesia y perderse por las calles y callejones que confluyen en la vía principal como ríos de piedra que bajan cargados de historias.
Aunque, para historias, las que se pueden encontrar en la red de los llamados Museos Vivos, una iniciativa que se enmarca dentro del Proyecto Cultura de Desarrollo Comunitario de La Aldea y que incluye la posibilidad de visitar estos espacios gracias a un programa que involucra a los vecinos y vecinas. De este modo se detiene el tiempo para que podamos imaginar cómo discurría la vida en la la carpintería, la botica, la tienda de ‘aceite y vinagre’, la gañanía o el molino del agua, entre otros ámbitos.
El centro ofrece información exhaustiva sobre un mar sonoro, claro y repleto de tesoros, caso del manto de gorgonias situado a escasos veinte metros de profundidad. Este entorno submarino sorprende por la abundancia de peces. Besuguitos, burritos listados, barracudas y sargos conforman bancos sobre los pequeños veriles y cuevas del fondo rocoso. En ellas o en los extensos fondos de arena es fácil ver a grandes animales como chuchos, abaes, angelotes y mantelinas.
El mapa de zonas de buceo se asemeja a su vez al mapa de un reino submarino de fantasía. Basta leer nombres como el Jardín de las Gorgonias, la Herbidera, El Rajón o la Seifera y la descripción de un vecindario de las profundidades donde aparecen catalufas, cangrejos araña, morenas picopato y hasta roncadores, felices inquilinos de un océano que, al igual que las montañas, también se abraza a La Aldea, el lugar donde nada parece imposible y ni tan siquiera impensable.
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