Un día de cuento en familia en el bosque mágico de Gran Canaria, los Tilos de Moya
El accesible sendero circular de dos kilómetros de los Tilos es una opción ideal para disfrutar del misterio y frondosidad del área boscosa de la laurisilva, un bosque superviviente de la era terciaria.
Tú y tu familia pueden protagonizar hoy un cuento de hadas y duendes en Gran Canaria. Este relato comienza en el cielo y tiene su epílogo bajo la arboleda, donde la vida ha encontrado un lugar propicio, anclado en el tiempo, y que se ha convertido en baluarte de la laurisilva en la isla. Esta clase de bosque ya existía antes de que ningún ser humano pisara la tierra y se ha refugiado en la Reserva Natural de los Tilos de Moya.
Por fortuna, siempre hay un momento para dar el primer paso. Hoy, millones de años después, y gracias a un sendero circular de casi dos kilómetros, los humanos pueden adentrarse en este territorio frondoso, que parece protegerse del exterior con el tupido manto verde que tejen las ramas y hojas de tilos de hasta veinte metros de altura, laureles, barbusanos, fayas, palos blancos y acebiños.
Para quien no haya transitado nunca por un monteverde, la sensación se asemejará a la de viajar hacia atrás en el tiempo, a una era anterior a la mirada humana, que se adentra asombrada en este reino de silencios, sombras y luces que atraviesan a duras penas la tupida techumbre forestal.
¿Por qué se decía que esta historia escrita con tinta verde tiene su origen en las alturas? La explicación se encuentra en el microclima húmedo del barranco de El Laurel, en la cara norte de Gran Canaria. El mar de nubes acaricia la zona durante gran parte del año. Ni tan siquiera hace falta que llueva para que prosiga la incesante rueda de la vida. La humedad se deposita en las anchas hojas de los árboles. Esto propicia un goteo que riega el suelo, donde la humedad subsiste bajo la bóveda natural.
La exploración de este reino verde discurre por una senda que oscila entre los 500 y los 800 metros de altura. Los sentidos deben estar prevenidos para apreciar las sutilezas de este espacio donde conviven más de 35 especies vegetales que se encuentran entre las más amenazadas de Gran Canaria, como la cresta de gallo o la salvia amarilla, lo que obliga a mantener el máximo cuidado en cada paso. Salirse de las lindes equivale a poner en riesgo algo único en el mundo.
Cada elemento de este tríptico que componen las dos laderas y el cauce del Barranco del Laurel tiene algo que contar. Cada uno de ellos utiliza su propio lenguaje. En el sotobosque, es decir, en el territorio umbrío bajo el paraguas que forman las copas de los árboles, hay incluso campanillas que guardan un eterno silencio. Son los bicácaros, llamativas flores naranjas que irrumpen como fogonazos furtivos en la penumbra, cruzada por rayos de sol que se filtran entre el follaje y se clavan como lanzas doradas en el suelo para recordar que esta estrella permanece en lo alto.
Hay incluso especies que cada vez que florecen hablan de acontecimientos que tuvieron lugar hace siglos. Es el caso de la delicada flor de mayo, unas pinceladas de blanco y carmín en la laurisilva identificadas por primera vez en el siglo XIX por el viajero y naturalista inglés Philip Barker Webb, coautor de la ‘Historia Natural de Las Islas Canarias’ junto a Sabino Berthelot. El nombre científico de la planta, ‘Pericallis webii’ es un homenaje a este investigador cuyo paso por el bosque contribuyó a difundir su gran valor. De algún modo, Philip sigue caminando por este bosque.
Estos pasos que damos ahora, un día cualquiera del siglo XXI, se adentran en este espacio donde podría representarse una obra protagonizada por seres mitológicos del bosque sobre un escenario alfombrado de musgos, helechos y hojas caídas de más de veinte especies de árboles distintos.
El sendero es también un aula abierta al aprendizaje sobre la Naturaleza y los ancestrales modos de vida de Gran Canaria, ligados y dependientes muchas veces de los árboles. El barbusano, conocido como el ébano de Canarias y que se decanta por las áreas más soleadas del monteverde, era muy apreciado por el color oscuro de su madera, además de por su resistencia, que la hacía ideal para muebles, usos artesanos o aperos agrícolas. En definitiva, era la materia prima de objetos útiles y bellos. Por eso pertenece al género vegetal de las apolonias, en alusión a Apolo, el dios griego de la belleza.
Según se avanza por el sendero, crece la impresión de que la naturaleza abraza literalmente al caminante. En el pasado, cuando la laurisilva se extendía entre el Valle de Agaete y el Barranco de Tenteniguada, las antiguas poblaciones encontraban aquí agua y alimento, como en el mocán, que ofrecía uno de los pocos frutos comestibles que proporcionaba el bosque.
La calma que se respira en este entorno encierra también un recuerdo silencioso pero permanente a la figura del caudillo indígena que da nombre al Parque Rural de Doramas, en el que se enmarca la Reserva Natural Especial de los Tilos de Moya. También su huella y la de las personas que compartieron una era con él se encuentran entre la hojarasca.
Con el paso del tiempo las palomas endémicas Rabiche y Turqué, desaparecieron y volvieron. Y el viejo espíritu de este hábitat, un superviviente del Terciario, se alegró de su regreso.
Al levantarse el telón de esta obra de la Naturaleza, se perciben sonidos que actúan de tenue melodía de fondo en los entreactos con el trino de pinzones, currucas o petirrojos. De hecho, el enclave es idóneo para la nidificación de los pájaros. Los cielos están dominados por aves donde están representadas las seis clases de rapaces presentes en Gran Canaria, esto es, el cernícalo, el busardo ratonero, el halcón tagorote, el gavilán común, el búho chico y la lechuza, que siempre mira y casi nunca es vista.
El lagarto de Gran Canaria y los perenquenes reptan y exhalan un aliento ancestral, prehistórico, antiquísimo, con el aire altivo propio de los seres de sangre fría y de quien lo ha contemplado ya todo. Al completar el sendero, habrán quedado atrás 1.800 metros. El asfalto de la carretera devuelve al presente, aunque en realidad se han atravesado millones de años en apenas una o dos horas, porque el tiempo y el espacio, tal y como lo conocemos, habían dejado de existir desde que pusimos el primer pie en el sendero.
Datos prácticos
Longitud de la ruta circular del sendero de la laurisilva: 1.800 metros
Dificultad: baja e incluye varias zonas de descanso
Horario del Centro de Interpretación
Dirección: Camino los Tilos 15. Moya.
Dispone de baños de uso público y es el punto de partida del recorrido circular. Ofrece información de interés de los aspectos más relevantes de la zona y el jardín aledaño está poblado por especies de flora propia de la laurisilva para su observación e identificación.
Horario: lunes a viernes de 8:00h a 14:00h.
Sábados, domingos y festivos cerrado.