Un paseo por otro tiempo
Este viaje en el tiempo por los Tilos de Moya incluye visiones que parecen casi irreales, criaturas que son auténticas supervivientes de una época remota y la sensación de que prácticamente todo es posible a cada paso.
La máquina del tiempo se activa al comienzo de un camino, justo donde el Barranco del Laurel inicia su ascensión hacia el cielo serpenteando entre abruptas laderas. Basta con dar apenas unos pasos para poner los pies y la mirada en otra época. Los Tilos de Moya, al noroeste de Gran Canaria, son un eco del pasado, en concreto de la llamada Selva de Doramas, en honor al valiente caudillo aborigen y así llamada también por la gran extensión y frondosidad que llegó a alcanzar la laurisilva.
Es, en efecto, un destello del ayer, un superviviente del paso del tiempo llegado hasta el presente para envolver a los caminantes bajo un manto de verde seda. Esta muestra del bosque de laurisilva está habitado además por seres que se mueven con el sigilo propio de quien esconde un gran secreto.
Una rama se mueve de repente y se queda oscilando en el aire. De inmediato, cruza el aire a toda velocidad ante nuestra atónita mirada lo que parece una mezcla de espejismo y realidad. Pero no es ningún sueño. Ha sido el vuelo huidizo de algún petirrojo, de una alpispa o de un pinzón común, temerosos de los humanos que se acercaban al árbol donde reposaban. En el cielo, recortando la inmensidad azul allá donde no llegan las nubes, un cernícalo parece gobernar el mundo entero.
Los laureles, los barbusanos, el palo blanco, los tiles y viñátigos se agrupan y se abrazan para alargar su resistencia, orgullosos de ser descendientes de aquella mítica Selva de Doramas. Resguardan con celo un ambiente donde a nadie le extrañaría encontrarse con un duende tumbado sobre el musgo, o a una hada del bosque revoloteando junto a alpispas y pinzones y libando de las flores de campanilla.
Aquí, como dijo el poeta Tomás Morales (1884-1921), natural de Moya, el alma recobra su “original limpieza”. Un motivo más para arrancar el motor imaginario de la máquina del tiempo y viajar a la espesura donde todo parece posible. En los límites de este bosque viejo crece a veces una extraña flor a la que llaman el amor seco. Pero ésta ya es otra historia.
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