Separada por lo abrupto del paisaje y la sinuosidad de sus carreteras llegamos a La Aldea de San Nicolás. Una parada obligatoria en cualquier ruta circular por la isla. Para quienes viajan sin prisa, esta zona goza de espectaculares miradores desde los que ver el atardecer.
Se trata del municipio más occidental de la isla y alberga varios macizos montañosos, un gran valle y una larga costa acantilada que esconde varias playas de gran encanto. Un pueblo ligado a una fuerte tradición agrícola y pesquera, que es también toda una potencia en exportación de tomate hacia el continente europeo.
El 98% de su territorio está protegido por la Legislación Canaria entre las zonas del Parque Rural del Nublo, el Parque Natural de Tamadaba, la Reserva Natural Integral de Inagua y la Reserva Natural Especial de Guguy.
Desde lo lejos destacan sus más de 100 hectáreas de invernaderos. Un mar de lonas blancas que son propiedad de una de las mayores cooperativas dedicadas a la producción y exportación del tomate canario, un alimento muy reconocido en puertos relevantes del viejo continente como los de Southampton o Rotterdam.
En la actualidad su producción se ha diversificado también hacia otros cultivos como las frutas tropicales y su explotación se rige por la práctica sostenible del residuo cero, siendo esta una actividad respetuosa con el medio ambiente y una gran fuente de empleo en la zona.
A escasos kilómetros del casco histórico, y dirigiéndonos hacia el mar, encontramos la playa y el puerto de La Aldea. Debido a la deficiencia de las antiguas vías terrestres, esta zona fue de vital importancia en las comunicaciones de los aldeanos con otros puertos vecinos. Junto al muelle encontramos un conjunto de construcciones antiguas llamadas por los lugareños ‘los caserones’, que cuentan con un centro de interpretación que nos narrará la historia y desarrollo de este poblado.
La pesca también forma parte de la tradición vecinal. Junto a la agricultura y la ganadería –principalmente caprina–, todas estas actividades han supuesto una importante fuente de subsistencia hasta hace no muchos años.
En la playa hallamos el famoso Charco de La Aldea. Se trata de una laguna de aguas filtradas que da nombre a las fiestas populares del municipio: La Fiesta del Charco.
Elevándonos por sus montañas en la zona del Andén Verde, flotando entre escarpes y a más de 100 metros sobre el mar encontramos El Mirador del Balcón. Una parada obligatoria para quienes visiten este municipio. Las vistas son sencillamente impresionantes.
Desde aquí obtendremos una privilegiada panorámica de la costa noroeste de la isla y de la vecina Tenerife. Junto a nosotros podremos ver cómo grandes acantilados pasan de rozar el cielo a adentrarse en la inmensidad del Atlántico.
Este accidente geográfico es conocido como ‘La Cola de Dragón’, y se trata de una cordillera llena de salientes verticales que decrece hasta hundirse en lo más profundo del mar. El perfil de su silueta simula la cola de este animal mitológico. Sin duda, una escena de película en uno de los mejores miradores de la isla.
El oeste de Gran Canaria es el punto menos poblado de su territorio y esta lejanía de los principales núcleos urbanos convierte a La Aldea en una de las mejores zonas para el desarrollo de actividades de astroturismo y de divulgación astronómica.
Cabe destacar que el Ayuntamiento de La Aldea de San Nicolás ha apostado en la construcción de nuevos observatorios con la adecuada información y señalética necesarios para el estudio, análisis y compresión del cielo nocturno. Se trata de ofrecer nuevas experiencias al viajero abriéndole una nueva ventana al universo.
Desde Las Palmas de Gran Canaria, tomaremos la GC-2 hasta Agaete y continuaremos por la GC-200. Desde el sur debemos circular por la GC-1 hasta su fin en Mogán y continuar por la GC-200 en dirección La Aldea hasta alcanzar dicha localidad.
Históricamente, esta zona ha sido uno de los pinares mejor conservados de Gran Canaria. Está conformado por las cabeceras de varios barrancos importantes y supone un papel fundamental en la recarga hídrica y la conservación del suelo en esta vertiente de la isla donde las precipitaciones son escasas.
En lo más profundo de sus bosques habita el famoso Pinzón Azul, un ave endémica de gran belleza y en peligro de extinción. También podemos encontrar fauna de mayor tamaño como reptiles, conejos o cabras silvestres. Para pasear por sus pistas y senderos es necesario solicitar permiso en la web del Cabildo de Gran Canaria.
Entre La Aldea y Tasartico se halla el macizo de Guguy, un conjunto geológico de gran antigüedad compuesto por decenas de barrancos que se abren paso hacia el mar. Al otro lado de las montañas se esconde uno de los mayores tesoros naturales de Gran Canaria: la playa de Guguy.
Un inmenso arenal al abrigo de los acantilados y alejado del bullicio, de las tumbonas y de la masificación. Para acceder a él existen dos alternativas: aventurarnos en un paseo de más de dos horas –bastante exigente y para el que deberemos ir bien equipados– o acercarnos hasta alguno de los puertos cercanos –Puerto de Mogán, La Aldea, Tasarte o Tasartico–. Visitar este lugar en primera persona es una experiencia inolvidable.
En pleno casco de La Aldea, tomando la GC-210 en dirección Artenara, barranco arriba comienza la Ruta de las presas. Un sinuoso ascenso entre valles y carreteras de vértigo. Recorremos desde la base hasta lo más alto, donde confluyen los municipios de La Aldea, Tejeda y Artenara.
Hasta cuatro impresionantes embalses acompañan nuestro recorrido durante casi 30 kilómetros de curvas donde iremos cambiando el árido paisaje de las bajuras hasta llegar a los límites del Parque Natural de Tamadaba, un gran pinar situado en lo más alto de esta ruta.
A mitad de camino, el mirador del Molino es parada obligatoria. Y al alcanzar la cima, al final de la ruta, para continuar con nuestro trayecto podremos elegir nuestro próximo destino escogiendo entre las localidades de Artenara, Tejeda o Gáldar, o la tranquilidad del Pinar de Tamadaba.