Las crónicas antiguas cuentan que una imagen de la Virgen se apareció, sin previo aviso, en Teror. La villa de Teror, a fines del XV, era un pago lejano, atrapado entre densos bosques de laurisilva. Y fue por ello que el acontecimiento incrementó su marca de pueblo encantado. Un marchamo que 500 años después sigue corriendo en la imaginación de los isleños.
La imagen de la Virgen apareció de repente, sobre un pino gigante que crecía en la plaza del pueblo. Poco después reposaba en la ermita de Santa María de Therore. El pino gigante decidió marcharse, con una tormenta. Pero el culto a la Virgen se mantuvo y se desperdigó por los cuatro puntos de la isla.
Dos siglos más tarde, Teror era ya un importante centro de culto en Gran Canaria. Cuando llegaba septiembre, el mes en el que la luna más se pega a la tierra, los isleños llenaban sus mochilas de bártulos y caminaban rumbo a Teror.
Generalmente lo hacían con los zapatos malos, que escondían en la entrada del pueblo para lucir los nuevos. Los peregrinos -tatarabuelos de los actuales romeros-, se apostaban con apenas lo puesto en los zaguanes de las casas, en patios que permanecían abiertos para cobijo de los fieles.
Hoy en día los antigüos peregrinos han mudado en romeros. Romeros que mantienen la tradición entre una coreografía de carretas llenas de frutos de la tierra, en ofrenda a la Virgen del Pino. Miles de canarios, llegados de todo el Archipiélago, con pitos de El Hierro y chácaras de La Gomera también en el catálogo, se acercan a Teror, en la época en que más altas están las mareas.
El pueblo les recibe con balcones engalanados y con los bombillos puestos. Y les regala un programa festivo en el que brilla el costumbrismo más arraigado. Allí se ven grandes bestias tirando de carros de ruedas de madera. Y bailes de decenas de agrupaciones folclóricas que se cruzan con festivales de música. Al llegar el 7 de septiembre, a las cuatro de la tarde, el rebaño de ovejas que tradicionalmente abre la romería despierta un coro de cencerros y silbidos de pastor. Detrás, 21 grandes grupos se esfuerzan por dejar el pabellón de su localidad en lo más alto de esta exhibición de fuerza devota.
La potente plasticidad de la romería adquiere, entonces, un formato de esplendor. La corriente de colores cruza las calles del pueblo, rematando la foto en la calle Real y en la plaza del Pino, uno de los hitos arquitectónicos de la Gran Canaria más auténtica. No en balde, la basílica es Monumento Nacional. Como casi todo el pueblo. Un pueblo digno de verse todo el año, no sólo durante las Fiestas del Pino. Fiestas en pleno corazón de Gran Canaria.
Fiesta del Pino
Más información: www.teror.es