Jamás me lo hubiera creído.
Si me hubieran contado, de niño, que llegaría a volar sobre el agua a toda velocidad, atado a una cometa no les hubiera creído. Si me hubieran jurado que iba a poder saltar sobre el mar como en una cama elástica, dando saltos enormes, volando tan arriba que casi toco los pies de las avionetas Sinceramente, no les hubiese creído.
Pero la vida es así de extraña y sorprendente. Ahora que me he hecho mayor me dedico a gastar las horas con una cometa. Haciendo kitesurf. Practicando el mejor deporte que se ha inventado para los locos de la adrenalina como yo: el kite.
Un deporte hecho a medida de la isla de Gran Canaria. Porque sólo necesitas zonas de viento, mezcladas con muy buen tiempo, y un mar azul bordeando una costa rellena de playas. Y todo eso lo tienen aquí. En una isla con gran tradición surfera y windsurfera. Donde puedes encontrar buen número de lugares donde practicar, y donde cada vez más escuelas permiten iniciarte en la aventura del kitesurf.
Y es por eso que cada día vuelan más y más cometas en Gran Canaria. No sólo por la gente que viene de vacaciones, sino también por la gente local, que cierra de repente oficinas y despachos y barberías y panaderías. Porque hay muchos que corren al mar con sus trastos de kitesurf en el maletero en cuanto tienen ocasión. Para navegar en un mar soleado y divertido.
Y es un poco difícil el explicar las razones de esta curiosa fiebre que nos ha entrado. De esta fiebre deportiva-marina. Tan difícil de contar que no voy a seguir hablando de ello. Porque ahora me tengo que ir. A navegar. A dar mil saltos con una tabla de kite. Ven a probarlo si quieres.